Blog de interés cultural, social y comunicacional. Site dedicado a la difusión de las artes y espectáculos. Pensamientos del colectivo imaginario. Reflexión sobre temas cotidianos. Una manera de proponer ideas para una Argentina mejor, comprometida con su gente, su pasado, presente y futuro. - EL OJO PARLANTE - Copyright © TM 2005 - 2008 - R.A.Carrasquet - Ciudad Autónoma de la Santísima Trinidad - Puerto de Santa María de los Buenos Aires - Sudamérica - República Argentina -

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24.4.08

- TEVEO -





Observaciones sobre el Observatorio



Por Pablo Mendelevich
Para LA NACION




Nada tan amplio como el verbo observar. Uno lo escucha referido a las aves y lo encuentra encantador. Sobre todo si le viene a la mente un observador de chaleco caqui, bermudas y sandalias que apunta a las copas de los árboles con un inofensivo catalejo. Lo mismo sucede cuando lo que se observa son estrellas, que ni se enteran de que alguien les clava el ojo.

"Observar" significa, en estas ocasiones, mirar atentamente. Y gracias. Desde ya que "observar" adquiere un sonido más áspero cuando significa "cumplir lo mandado". Es lo que siempre prometen nuestros gobernantes cuando juran observar y hacer observar la Constitución en cuanto de ellos dependa, fórmula que ganó fama no sólo por la dificultad de algunos presentadores de pronunciar la be seguida de la ese, sino por la abultada estadística de incumplimientos. Por fin, también es posible observar una religión, un precepto: eso ya no significa mirar ni respetar, sino practicar.

"Observar", como se observa, son muchas cosas.

Ahora bien, ¿qué significa observar medios? ¿Equivale a mirarlos, que es, casualmente, para lo que están hechos? ¿Le está permitido a un observatorio de medios hacer observaciones con el fin de que los observados -a diferencia de lo que sucede con pájaros, truenos y estrellas- corrijan sus imperfecciones? Y si así fuera, ¿cómo se sabe qué son imperfecciones y qué es, simplemente, producto de su naturaleza autárquica? Cuando Cristina Kirchner dice que quiere abrir, o relanzar, el Observatorio de Medios de Comunicación, contra las prácticas discriminatorias, ¿qué quiere observar? ¿Y en cuál acepción del verbo quiere hacerlo?

Muchos no se dieron cuenta, pero estas preguntas esenciales ya fueron respondidas por la propia interesada. Palabras injustamente olvidadas las suyas: si se les hubiera prestado más atención, se habrían ahorrado discusiones frenéticas sobre si el Gobierno tiene o no aspiraciones dominantes cuando habla de un inocente observatorio de medios aplicado a la discriminación.

Por empezar, no fueron sesudos estudios de un émulo de Apold, el legendario Goebbels criollo, ni años de planificación lo que alumbró el entusiasmo oficial por el Observatorio, sino que una mañana la Presidenta lo leyó en un diario y mandó a llamar al que hablaba del tema.

Aclaremos que para descubrir esta improvisación no fue necesario esperar a que se ventilaran documentos secretos guardados durante treinta años. Quien revise el discurso presidencial del 4 de abril verá que la propia Presidenta contó que lo había leído el día anterior en el diario. Más aún: como si ella misma se hubiera constituido de manera precursora en un observatorio, advirtió (apostrofó) que sólo un diario (se refería a Página 12 ) había tenido a bien publicar el pronunciamiento de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA sobre el comportamiento periodístico durante el lock out del campo, en el que, entre otras cosas, se nombraba el Observatorio de Medios contra la Discriminación.

El decano Federico Schuster, firmante de ese pronunciamiento, completó el relato cuando declaró públicamente que, para su asombro, la Presidenta lo había citado en la Casa Rosada después de leer el diario. Puede colegirse que también gracias al diario la Presidenta recordó que había un Observatorio de Medios en el Estado. Véase la frase textual de Cristina Kirchner el día del puntapié inicial: "Hay un observatorio de medios que debe funcionar en la órbita del Comfer precisamente contra la discriminación". E invitó a todos a sumarse a él, lo que quedó sepultado bajo una catarata de consideraciones e insinuaciones sobre falta de pluralidad y equidad de los medios, se supone que privados, ya que a los estatales (sic) no los discriminó.

Cierto malentendido, entonces, pudo haberse generado cuando se desparramó la idea de que el Gobierno tenía un plan para controlar a la prensa a través de un observatorio de medios contra la discriminación. El plan no existía. Lo que existía era una particular manera de entender la discriminación en los medios, a la que el documento de Schuster vino a bendecir con un matasellos académico. Si es que no fue también la generosa palabra "discriminación" lo que cayó del cielo y se ajustó a la ira que había producido en los dos televidentes Kirchner la rebelión agraria. O su relato, como dice la Presidenta.

Inspirada en el texto de Schuster, Cristina Kirchner empaquetó en una pieza oratoria quejumbrosa unos cuantos ítems supuestamente relacionados entre sí por su pertenencia al territorio de la discriminación mediática. Envolvió "la transmisión de una única voz y el silenciamiento de las demás" dentro de un mismo medio, la propiedad de los medios privados, "el rechazo a toda forma discriminatoria que tenga que ver con el color de piel, con la posición social o con la fe religiosa" y el exitismo durante la Guerra de las Malvinas (1982), del cual culpó genéricamente a la prensa, a la que a renglón seguido le facturó una deuda de "calidad institucional". ¿Quién duda de la importancia de estos temas? El problema está en pretender embutirlos dentro de un observatorio estatal con el propósito de "observarlos", quién sabe cómo, so pretexto de que allí se nos cuela, cuándo no, la discriminación, a favor de la cual, no hace falta decirlo, nadie hará una marcha a Plaza de Mayo.

Para muchos periodistas, también para algunas organizaciones no gubernamentales especializadas, para facultades de ciencias de la comunicación y de periodismo que no emiten resoluciones para hacer "repudios" a "coberturas", sino que, en todo caso, elaboran estudios académicos y, por qué no, para aquellos medios en los que se realiza el sano ejercicio de la introspección, la discriminación mediática es una cosa más precisa. No consiste en denominar "paro del campo", o con la menos apropiada palabra "huelga", lo que el lenguaje oficialista prefirió, con todo derecho, llamar lock out . Esa es una cuestión del enfoque que cada cual le da a la información de acuerdo con su línea editorial.

Los periodistas discriminamos, en cambio, con determinados giros idiomáticos que repetimos sin pensar (incluyendo la reiterada costumbre de explicar en las páginas policiales que la occisa era una mujer de singular belleza, lo que estaría alentando a las mujeres feas a circular tranquilas). Discriminamos si decimos que en un accidente fallecieron dos personas y un boliviano. Si presentamos como demonio y casi seguro homicida al hijo homosexual de una mujer asesinada, atento a sus rarezas, y, por supuesto, si nos referimos con desprecio a un piquetero en contraste con un cacerolero y viceversa. Cubrir el paro del campo sobre la base de que importa, y mucho, a diferencia de lo que creyó, por lo menos al principio, el Gobierno, no tiene nada que ver con la discriminación. Sin perjuicio de que en el trabajo periodístico -ahora en estas largas tres semanas sobre el campo, pero lamentablemente, también, en todos los demás- haya una cuota de exabruptos con propulsión a prejuicio, o meros productos de la incompetencia.

Lo ideal sería poder discriminar las discriminaciones que cometemos los periodistas y evitarlas. Aunque sin ayuda del Gobierno. Este gobierno, para colmo, no es muy bueno observando: ve mensajes cuasi mafiosos en las mejores caricaturas, descubre de golpe una concentración mediática que hasta ahora le había pasado inadvertida y se entera con la llegada del otoño de que estaba aplicando desde hace años la ley de radiodifusión de Videla sin haberse dado cuenta. Si la idea de discriminación en los medios se confundiera con la de diversidad de enfoques -el mejor aporte de la prensa a la democracia-, estaríamos fritos. Ojalá el Gobierno pueda observar solito la diferencia.

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20.4.08

- OBSERVATORIO -






Vigilar a la prensa libre no es una tarea propia del Estado


La irracional embestida que el gobierno nacional ha lanzado en los últimos días contra la libertad de prensa se basa en una concepción del poder de trasnochada filiación autoritaria. En efecto: se ha anunciado que el periodismo independiente será observado y controlado, de aquí en adelante, como si fuera un apéndice más del sistema institucional del Estado. A esa finalidad estará dedicado, de acuerdo con lo que ha manifestado la propia Presidenta de la Nación, el llamado Observatorio de los Medios de Comunicación, confuso organismo creado en octubre de 2006, sobre el cual han tenido jurisdicción, sucesiva o alternativamente, el Comité Federal de Radiodifusión (Comfer), el Instituto Nacional contra la Discriminación (Inadi) y la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires.

Por supuesto, la idea de que el periodismo sea objeto de un seguimiento que permita estudiar y conocer en detalle sus tendencias y orientaciones no tiene, en realidad, nada de novedoso, ya que lo propio y natural de los medios periodísticos es estar permanentemente expuestos a la observación pública y, por lo tanto, es inevitable que sus contenidos sean amplia y absolutamente conocidos por los diferentes sectores de la sociedad.

Pero resulta inaceptable que esa tarea de observación y control esté a cargo de organismos pertenecientes a la órbita del Poder Ejecutivo nacional. En un país regido por los altos principios que garantizan la libertad de prensa y la plena diversidad de las opiniones ciudadanas, lo que corresponde es que ese Observatorio de los Medios de Comunicación sea un ente creado y administrado por las organizaciones de la sociedad civil, no un órgano sometido a la vigilancia compulsiva del Estado. Ese es justamente el carácter que revisten esos observatorios en aquellos países comprometidos con el pleno respeto a las libertades de pensamiento, de conciencia, de expresión y de opinión.

El periodismo tiene una misión esencial: contribuir a que los gobernados observen y controlen a los gobernantes. La existencia de un sistema de medios periodísticos independientes permite que los ciudadanos se mantengan informados acerca de los movimientos de quienes ejercen las funciones de gobierno y ésa es una manera de reforzar la estructura constitucional que coloca a los integrantes del poder público bajo la mirada escrutadora y vigilante de los ciudadanos. La prensa es, entonces, por naturaleza, uno de los agentes sociales que ayudan a observar, vigilar y controlar a los miembros del Gobierno.

La idea de que el propio periodismo pase a ser ahora el observado distorsiona y contradice los clásicos principios del constitucionalismo fundado en una organización institucional de rigurosa base democrática.

Por otra parte, el periodismo tiene también la misión de "construir ciudadanía", de contribuir a que los gobernantes y los gobernados se relacionen y se mantengan vinculados, sepan cuándo están hablando de las mismas cosas y cuándo están hablando de cosas diferentes.

Para que la "gente común" comprenda sin dificultad el lenguaje de los gobernantes y sepa de inmediato "de qué se trata" -por emplear la expresión clásica que resumió el espíritu de las jornadas de mayo de 1810- es necesaria la existencia de un sistema de medios informativos que articule constructiva y adecuadamente a los ciudadanos con el poder. Para eso no hacen falta, desde luego, organismos intimidatorios o controladores. Basta, simplemente, con que unos y otros hablen sin dobleces y reflejen sin distorsiones sus diferentes y particulares visiones de la realidad en un garantizado contexto de libertad, pluralismo y transparencia.

Cuando desde la Presidencia de la Nación se pretende vigilar a los medios informativos con el aparente propósito de condicionar o uniformar sus mensajes, la ciudadanía percibe que algo esencial se empieza a disgregar o a romper en el corazón de la República y que comienza a desvanecerse el sentimiento social de pertenencia a un destino común. Está probado que la imposición de un discurso único a los distintos medios de comunicación, lejos de producir un efecto unificador, desgarra y deteriora el espíritu de unidad nacional. La intolerancia y el autoritarismo son los peores consejeros cuando lo que se pretende es construir un camino de coincidencias que ilumine el horizonte hacia el cual deseamos avanzar como ciudadanos, hijos naturales de la diversidad democrática.

En una sociedad como la argentina, que tanto ha sufrido en las últimas décadas resultado de los autoritarismos violentos y de los abusos de poder, es lamentable que se insista en intimidar a los medios periodísticos para que sirvan a la difusión del clásico discurso "monocorde y único", estructurado a la medida de los intereses del poder.

Cuando la prensa no tiene garantizada su libertad, cuando se perciben en los gobernantes intentos trasnochados de unificar la información y de suprimir las naturales y enriquecedoras manifestaciones de diversidad que conviven en el conjunto social y son registradas por el periodismo independiente, se empobrece la vida cultural del conjunto y se cierran las compuertas del crecimiento espiritual de la República. Un país que no vislumbra alternativas en su marcha hacia el porvenir es, fuera de toda duda, un país que ha dejado de crear, de soñar, de inventarse destinos alternativos. El Observatorio que se impulsa, obsesivamente regido por el Estado, procura desalentar toda posibilidad de crecer hacia la diversidad. Los argentinos merecemos algo más que ese implacable empobrecimiento de nuestro destino.

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9.4.08

- MADE IN ARGENTINA -




Fantasías de industria argentina


Por Silvia Hopenhayn
para LA NACION



Desde hace varios siglos, la ficción ha dado cuenta de que la realidad puede llegar a ser un invento. Con mayor o menor elocuencia, los autores excavan túneles para escapar de la aparente rigidez del tiempo o de la constricción del espacio, en busca de nuevas dimensiones. Algunos han encontrado maravillas, como Lewis Carroll del otro lado del espejo, o Ursula K. Le Guin en Terramar. Otros alcanzan el horror, como Poe en la celda de castigo de la inquisición (El pozo y el péndulo) o Lovecraft a través del terror cósmico de Cthulhu.

En la literatura juvenil, este empeño por atravesar lo cotidiano en busca de otras realidades es muy frecuente. En Las crónicas de Narnia, se realiza a través de un ropero; en El señor de los anillos, Tolkien rescata del pasado un período ficticio, y Harry Potter vive en un mundo mágico paralelo.

Aunque lo parecen, tales fantasías juveniles no son patrimonio de los anglosajones; no hace falta ir tan lejos para cruzar la línea de la realidad. Liliana Bodoc, escritora mendocina, preparó una poción poética bastante fuerte, para convertir la fantasía en tierra propicia para la mitología precolombina con resabios de la tradición céltica. Su Saga de los confines, una trilogía compuesta por Los días del venado, Los días de la sombra y Los días del fuego, tres novelas de gran éxito y varios premios, lo confirma. Las Tierras Fértiles son, precisamente, su territorio de ficción en el que reinventa la Conquista y dispone criaturas tan candorosas como irascibles.

En su última novela, sin embargo, promueve un espacio más cercano: el que se gesta en pleno día y en medio de la calle, cuando la realidad se angosta y comienza el túnel de la pubertad. En El mapa imposible (título del libro), tres amigos, dos varones y una niña, están en el umbral de la adolescencia, y toda coordenada comienza a tambalear. La urgencia por darle forma al devenir los lleva a buscar escondites que suelen tener pasadizos hacia lo imprevisto. Porque de eso se trata el mapa imposible: de un lugar al cual no se sabe cómo se llega, pero en el que uno de pronto aparece. De allí que la casualidad se convierta en una simpática aliada para aquellos que saben servirse del absurdo cotidiano.

En un pie de página, se lo describe así: “El mapa imposible será, cuando logre serlo, una matriz dinámica de relaciones espacio temporales. Vale decir, un conjunto de datos y fórmulas que difícilmente puedan graficarse en su totalidad”. Juntos, los tres amigos de la novela van escribiendo en cuadernos a rayas el “Diario de los exploradores”, testimonio de dichos pasajes abruptos al más acá. En un momento, unos jóvenes rebeldes los previenen: “Esto es una trinchera… y un espejo… Una trinchera con música… un espejo que nos deforma… A veces nos deforma… y otras veces no… Para ser uno de los nuestros hay que saber pelear con uno mismo… Para ser uno de los nuestros hay que atravesar descalzos las cenizas de la infancia”. En pocas palabras: el mapa imposible de la adolescencia, momento en el que no cabe más que inventar la realidad, porque todo parece esfumarse.

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24.4.08

- TEVEO -





Observaciones sobre el Observatorio



Por Pablo Mendelevich
Para LA NACION




Nada tan amplio como el verbo observar. Uno lo escucha referido a las aves y lo encuentra encantador. Sobre todo si le viene a la mente un observador de chaleco caqui, bermudas y sandalias que apunta a las copas de los árboles con un inofensivo catalejo. Lo mismo sucede cuando lo que se observa son estrellas, que ni se enteran de que alguien les clava el ojo.

"Observar" significa, en estas ocasiones, mirar atentamente. Y gracias. Desde ya que "observar" adquiere un sonido más áspero cuando significa "cumplir lo mandado". Es lo que siempre prometen nuestros gobernantes cuando juran observar y hacer observar la Constitución en cuanto de ellos dependa, fórmula que ganó fama no sólo por la dificultad de algunos presentadores de pronunciar la be seguida de la ese, sino por la abultada estadística de incumplimientos. Por fin, también es posible observar una religión, un precepto: eso ya no significa mirar ni respetar, sino practicar.

"Observar", como se observa, son muchas cosas.

Ahora bien, ¿qué significa observar medios? ¿Equivale a mirarlos, que es, casualmente, para lo que están hechos? ¿Le está permitido a un observatorio de medios hacer observaciones con el fin de que los observados -a diferencia de lo que sucede con pájaros, truenos y estrellas- corrijan sus imperfecciones? Y si así fuera, ¿cómo se sabe qué son imperfecciones y qué es, simplemente, producto de su naturaleza autárquica? Cuando Cristina Kirchner dice que quiere abrir, o relanzar, el Observatorio de Medios de Comunicación, contra las prácticas discriminatorias, ¿qué quiere observar? ¿Y en cuál acepción del verbo quiere hacerlo?

Muchos no se dieron cuenta, pero estas preguntas esenciales ya fueron respondidas por la propia interesada. Palabras injustamente olvidadas las suyas: si se les hubiera prestado más atención, se habrían ahorrado discusiones frenéticas sobre si el Gobierno tiene o no aspiraciones dominantes cuando habla de un inocente observatorio de medios aplicado a la discriminación.

Por empezar, no fueron sesudos estudios de un émulo de Apold, el legendario Goebbels criollo, ni años de planificación lo que alumbró el entusiasmo oficial por el Observatorio, sino que una mañana la Presidenta lo leyó en un diario y mandó a llamar al que hablaba del tema.

Aclaremos que para descubrir esta improvisación no fue necesario esperar a que se ventilaran documentos secretos guardados durante treinta años. Quien revise el discurso presidencial del 4 de abril verá que la propia Presidenta contó que lo había leído el día anterior en el diario. Más aún: como si ella misma se hubiera constituido de manera precursora en un observatorio, advirtió (apostrofó) que sólo un diario (se refería a Página 12 ) había tenido a bien publicar el pronunciamiento de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA sobre el comportamiento periodístico durante el lock out del campo, en el que, entre otras cosas, se nombraba el Observatorio de Medios contra la Discriminación.

El decano Federico Schuster, firmante de ese pronunciamiento, completó el relato cuando declaró públicamente que, para su asombro, la Presidenta lo había citado en la Casa Rosada después de leer el diario. Puede colegirse que también gracias al diario la Presidenta recordó que había un Observatorio de Medios en el Estado. Véase la frase textual de Cristina Kirchner el día del puntapié inicial: "Hay un observatorio de medios que debe funcionar en la órbita del Comfer precisamente contra la discriminación". E invitó a todos a sumarse a él, lo que quedó sepultado bajo una catarata de consideraciones e insinuaciones sobre falta de pluralidad y equidad de los medios, se supone que privados, ya que a los estatales (sic) no los discriminó.

Cierto malentendido, entonces, pudo haberse generado cuando se desparramó la idea de que el Gobierno tenía un plan para controlar a la prensa a través de un observatorio de medios contra la discriminación. El plan no existía. Lo que existía era una particular manera de entender la discriminación en los medios, a la que el documento de Schuster vino a bendecir con un matasellos académico. Si es que no fue también la generosa palabra "discriminación" lo que cayó del cielo y se ajustó a la ira que había producido en los dos televidentes Kirchner la rebelión agraria. O su relato, como dice la Presidenta.

Inspirada en el texto de Schuster, Cristina Kirchner empaquetó en una pieza oratoria quejumbrosa unos cuantos ítems supuestamente relacionados entre sí por su pertenencia al territorio de la discriminación mediática. Envolvió "la transmisión de una única voz y el silenciamiento de las demás" dentro de un mismo medio, la propiedad de los medios privados, "el rechazo a toda forma discriminatoria que tenga que ver con el color de piel, con la posición social o con la fe religiosa" y el exitismo durante la Guerra de las Malvinas (1982), del cual culpó genéricamente a la prensa, a la que a renglón seguido le facturó una deuda de "calidad institucional". ¿Quién duda de la importancia de estos temas? El problema está en pretender embutirlos dentro de un observatorio estatal con el propósito de "observarlos", quién sabe cómo, so pretexto de que allí se nos cuela, cuándo no, la discriminación, a favor de la cual, no hace falta decirlo, nadie hará una marcha a Plaza de Mayo.

Para muchos periodistas, también para algunas organizaciones no gubernamentales especializadas, para facultades de ciencias de la comunicación y de periodismo que no emiten resoluciones para hacer "repudios" a "coberturas", sino que, en todo caso, elaboran estudios académicos y, por qué no, para aquellos medios en los que se realiza el sano ejercicio de la introspección, la discriminación mediática es una cosa más precisa. No consiste en denominar "paro del campo", o con la menos apropiada palabra "huelga", lo que el lenguaje oficialista prefirió, con todo derecho, llamar lock out . Esa es una cuestión del enfoque que cada cual le da a la información de acuerdo con su línea editorial.

Los periodistas discriminamos, en cambio, con determinados giros idiomáticos que repetimos sin pensar (incluyendo la reiterada costumbre de explicar en las páginas policiales que la occisa era una mujer de singular belleza, lo que estaría alentando a las mujeres feas a circular tranquilas). Discriminamos si decimos que en un accidente fallecieron dos personas y un boliviano. Si presentamos como demonio y casi seguro homicida al hijo homosexual de una mujer asesinada, atento a sus rarezas, y, por supuesto, si nos referimos con desprecio a un piquetero en contraste con un cacerolero y viceversa. Cubrir el paro del campo sobre la base de que importa, y mucho, a diferencia de lo que creyó, por lo menos al principio, el Gobierno, no tiene nada que ver con la discriminación. Sin perjuicio de que en el trabajo periodístico -ahora en estas largas tres semanas sobre el campo, pero lamentablemente, también, en todos los demás- haya una cuota de exabruptos con propulsión a prejuicio, o meros productos de la incompetencia.

Lo ideal sería poder discriminar las discriminaciones que cometemos los periodistas y evitarlas. Aunque sin ayuda del Gobierno. Este gobierno, para colmo, no es muy bueno observando: ve mensajes cuasi mafiosos en las mejores caricaturas, descubre de golpe una concentración mediática que hasta ahora le había pasado inadvertida y se entera con la llegada del otoño de que estaba aplicando desde hace años la ley de radiodifusión de Videla sin haberse dado cuenta. Si la idea de discriminación en los medios se confundiera con la de diversidad de enfoques -el mejor aporte de la prensa a la democracia-, estaríamos fritos. Ojalá el Gobierno pueda observar solito la diferencia.

20.4.08

- OBSERVATORIO -






Vigilar a la prensa libre no es una tarea propia del Estado


La irracional embestida que el gobierno nacional ha lanzado en los últimos días contra la libertad de prensa se basa en una concepción del poder de trasnochada filiación autoritaria. En efecto: se ha anunciado que el periodismo independiente será observado y controlado, de aquí en adelante, como si fuera un apéndice más del sistema institucional del Estado. A esa finalidad estará dedicado, de acuerdo con lo que ha manifestado la propia Presidenta de la Nación, el llamado Observatorio de los Medios de Comunicación, confuso organismo creado en octubre de 2006, sobre el cual han tenido jurisdicción, sucesiva o alternativamente, el Comité Federal de Radiodifusión (Comfer), el Instituto Nacional contra la Discriminación (Inadi) y la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires.

Por supuesto, la idea de que el periodismo sea objeto de un seguimiento que permita estudiar y conocer en detalle sus tendencias y orientaciones no tiene, en realidad, nada de novedoso, ya que lo propio y natural de los medios periodísticos es estar permanentemente expuestos a la observación pública y, por lo tanto, es inevitable que sus contenidos sean amplia y absolutamente conocidos por los diferentes sectores de la sociedad.

Pero resulta inaceptable que esa tarea de observación y control esté a cargo de organismos pertenecientes a la órbita del Poder Ejecutivo nacional. En un país regido por los altos principios que garantizan la libertad de prensa y la plena diversidad de las opiniones ciudadanas, lo que corresponde es que ese Observatorio de los Medios de Comunicación sea un ente creado y administrado por las organizaciones de la sociedad civil, no un órgano sometido a la vigilancia compulsiva del Estado. Ese es justamente el carácter que revisten esos observatorios en aquellos países comprometidos con el pleno respeto a las libertades de pensamiento, de conciencia, de expresión y de opinión.

El periodismo tiene una misión esencial: contribuir a que los gobernados observen y controlen a los gobernantes. La existencia de un sistema de medios periodísticos independientes permite que los ciudadanos se mantengan informados acerca de los movimientos de quienes ejercen las funciones de gobierno y ésa es una manera de reforzar la estructura constitucional que coloca a los integrantes del poder público bajo la mirada escrutadora y vigilante de los ciudadanos. La prensa es, entonces, por naturaleza, uno de los agentes sociales que ayudan a observar, vigilar y controlar a los miembros del Gobierno.

La idea de que el propio periodismo pase a ser ahora el observado distorsiona y contradice los clásicos principios del constitucionalismo fundado en una organización institucional de rigurosa base democrática.

Por otra parte, el periodismo tiene también la misión de "construir ciudadanía", de contribuir a que los gobernantes y los gobernados se relacionen y se mantengan vinculados, sepan cuándo están hablando de las mismas cosas y cuándo están hablando de cosas diferentes.

Para que la "gente común" comprenda sin dificultad el lenguaje de los gobernantes y sepa de inmediato "de qué se trata" -por emplear la expresión clásica que resumió el espíritu de las jornadas de mayo de 1810- es necesaria la existencia de un sistema de medios informativos que articule constructiva y adecuadamente a los ciudadanos con el poder. Para eso no hacen falta, desde luego, organismos intimidatorios o controladores. Basta, simplemente, con que unos y otros hablen sin dobleces y reflejen sin distorsiones sus diferentes y particulares visiones de la realidad en un garantizado contexto de libertad, pluralismo y transparencia.

Cuando desde la Presidencia de la Nación se pretende vigilar a los medios informativos con el aparente propósito de condicionar o uniformar sus mensajes, la ciudadanía percibe que algo esencial se empieza a disgregar o a romper en el corazón de la República y que comienza a desvanecerse el sentimiento social de pertenencia a un destino común. Está probado que la imposición de un discurso único a los distintos medios de comunicación, lejos de producir un efecto unificador, desgarra y deteriora el espíritu de unidad nacional. La intolerancia y el autoritarismo son los peores consejeros cuando lo que se pretende es construir un camino de coincidencias que ilumine el horizonte hacia el cual deseamos avanzar como ciudadanos, hijos naturales de la diversidad democrática.

En una sociedad como la argentina, que tanto ha sufrido en las últimas décadas resultado de los autoritarismos violentos y de los abusos de poder, es lamentable que se insista en intimidar a los medios periodísticos para que sirvan a la difusión del clásico discurso "monocorde y único", estructurado a la medida de los intereses del poder.

Cuando la prensa no tiene garantizada su libertad, cuando se perciben en los gobernantes intentos trasnochados de unificar la información y de suprimir las naturales y enriquecedoras manifestaciones de diversidad que conviven en el conjunto social y son registradas por el periodismo independiente, se empobrece la vida cultural del conjunto y se cierran las compuertas del crecimiento espiritual de la República. Un país que no vislumbra alternativas en su marcha hacia el porvenir es, fuera de toda duda, un país que ha dejado de crear, de soñar, de inventarse destinos alternativos. El Observatorio que se impulsa, obsesivamente regido por el Estado, procura desalentar toda posibilidad de crecer hacia la diversidad. Los argentinos merecemos algo más que ese implacable empobrecimiento de nuestro destino.

9.4.08

- MADE IN ARGENTINA -




Fantasías de industria argentina


Por Silvia Hopenhayn
para LA NACION



Desde hace varios siglos, la ficción ha dado cuenta de que la realidad puede llegar a ser un invento. Con mayor o menor elocuencia, los autores excavan túneles para escapar de la aparente rigidez del tiempo o de la constricción del espacio, en busca de nuevas dimensiones. Algunos han encontrado maravillas, como Lewis Carroll del otro lado del espejo, o Ursula K. Le Guin en Terramar. Otros alcanzan el horror, como Poe en la celda de castigo de la inquisición (El pozo y el péndulo) o Lovecraft a través del terror cósmico de Cthulhu.

En la literatura juvenil, este empeño por atravesar lo cotidiano en busca de otras realidades es muy frecuente. En Las crónicas de Narnia, se realiza a través de un ropero; en El señor de los anillos, Tolkien rescata del pasado un período ficticio, y Harry Potter vive en un mundo mágico paralelo.

Aunque lo parecen, tales fantasías juveniles no son patrimonio de los anglosajones; no hace falta ir tan lejos para cruzar la línea de la realidad. Liliana Bodoc, escritora mendocina, preparó una poción poética bastante fuerte, para convertir la fantasía en tierra propicia para la mitología precolombina con resabios de la tradición céltica. Su Saga de los confines, una trilogía compuesta por Los días del venado, Los días de la sombra y Los días del fuego, tres novelas de gran éxito y varios premios, lo confirma. Las Tierras Fértiles son, precisamente, su territorio de ficción en el que reinventa la Conquista y dispone criaturas tan candorosas como irascibles.

En su última novela, sin embargo, promueve un espacio más cercano: el que se gesta en pleno día y en medio de la calle, cuando la realidad se angosta y comienza el túnel de la pubertad. En El mapa imposible (título del libro), tres amigos, dos varones y una niña, están en el umbral de la adolescencia, y toda coordenada comienza a tambalear. La urgencia por darle forma al devenir los lleva a buscar escondites que suelen tener pasadizos hacia lo imprevisto. Porque de eso se trata el mapa imposible: de un lugar al cual no se sabe cómo se llega, pero en el que uno de pronto aparece. De allí que la casualidad se convierta en una simpática aliada para aquellos que saben servirse del absurdo cotidiano.

En un pie de página, se lo describe así: “El mapa imposible será, cuando logre serlo, una matriz dinámica de relaciones espacio temporales. Vale decir, un conjunto de datos y fórmulas que difícilmente puedan graficarse en su totalidad”. Juntos, los tres amigos de la novela van escribiendo en cuadernos a rayas el “Diario de los exploradores”, testimonio de dichos pasajes abruptos al más acá. En un momento, unos jóvenes rebeldes los previenen: “Esto es una trinchera… y un espejo… Una trinchera con música… un espejo que nos deforma… A veces nos deforma… y otras veces no… Para ser uno de los nuestros hay que saber pelear con uno mismo… Para ser uno de los nuestros hay que atravesar descalzos las cenizas de la infancia”. En pocas palabras: el mapa imposible de la adolescencia, momento en el que no cabe más que inventar la realidad, porque todo parece esfumarse.