- PAQUISTAN -
Paquistán,
al borde del abismo
Conmoción mundial ha provocado el brutal asesinato de la ex primera ministra paquistaní Benazir Bhutto, cuya candidatura para las elecciones legislativas del 8 del mes próximo deparaba una remota esperanza, pero esperanza al fin, de reencauzar la débil democracia en ese país, severamente dañada por el régimen de Pervez Musharraf.
El crimen de la líder del Partido Popular de Paquistán, al término de un mitin político, echa ahora un manto de duda sobre el futuro de una nación que ha quedado al borde del abismo, enclavada en una región especialmente delicada por la presencia de grupos terroristas.
Bhutto, primera ministra entre 1988 y 1990 y entre 1993 y 1996, fue la primera mujer en la historia que accedió a la jefatura de gobierno de un país islámico. Tenía 54 años. Había vuelto del exilio en Inglaterra, en donde se educó, con la firme intención de retomar el poder en elecciones democráticas. A su regreso, el 18 de octubre último, la caravana de bienvenida que paseaba por Karachi, su ciudad natal, fue blanco de un ataque suicida en el que murieron más de 140 personas; ella salió milagrosamente ilesa.
Tras su asesinato, perpetrado ayer con premeditación y alevosía, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas convocó a una reunión de urgencia para tratar la compleja situación de Paquistán, cuyo presidente, aupado tras la voladura de las Torres Gemelas por George W. Bush como señal de gratitud por haber facilitado el ingreso de las tropas norteamericanas en Afganistán para la guerra contra el régimen talibán, se mantiene en el poder en forma ilegal después de haber purgado a la Corte Suprema por haber impugnado las elecciones en las cuales resultó ganador en octubre último.
Musharraf irrumpió en el gobierno el 12 de octubre de 1999 por un golpe de Estado tras el cual prometió un plan de "construcción nacional". Ocho años después, por haber oído los reclamos de la oposición, relevó a los jueces no afines a él, incluido el presidente del máximo tribunal, y dictó, desde el 3 de noviembre hasta el 16 de este mes, el estado de excepción. Se valió de él para asfixiar al Poder Judicial y restringir la libertad de expresión en medio de disturbios y de detenciones arbitrarias de aquellos que no comulgaban con el gobierno, como Bhutto y su rival, Nawaz Sharif, también opositor.
Con el país al borde del caos, Musharraf presentó su renuncia a la jefatura del ejército, motivo por el cual no podía presentarse en las elecciones, pero ese gesto no alcanzó para serenar los ánimos, así como tampoco alcanzó el pacto que suscribió con Bhutto por el cual ella iba ser la primera ministra y él iba a seguir siendo el presidente.
Nada alcanzó, en realidad. Ni las detenciones a las que Bhutto fue sometida antes del magnicidio ni, desde luego, este trágico desenlace que, en el corto plazo, socava toda posibilidad de que se restaure la democracia en Paquistán. En el país conviven partidos organizados y fundamentalistas islámicos a los cuales tanto Musharraf como Bhutto han acusado en reiteradas ocasiones de provocar el caos. De ahí la conveniencia del pacto entre ellos, avalada por la comunidad internacional como una vía para reducir el apoyo popular a esos grupos marginales y para fortalecer a los partidos.
Prueba del riesgo que esta situación entraña es el establecimiento en la frontera entre Paquistán y Afganistán de una suerte de Estado independiente de facto que, en la jerga popular, responde al nombre Al-Qaedastán , en obvio tributo a la banda de Osama ben Laden. En esa zona, el ejército paquistaní ha perdido decenas de soldados y afronta serios problemas con aquellos que pertenecen a la etnia pashtún, oriundos de la región. La respuesta han sido atentados terroristas en los centros urbanos del país.
A su vez, entre la gente, Ben Laden y los talibanes tienen índices de aprobación iguales o mayores que Musharraf, lo cual también da un indicio del riesgo de que un país dotado de un arsenal nuclear, acosado por atentados suicidas como el que terminó con la vida de Bhutto, continúe a la deriva.
Paquistán no es un país más. Alberga un peligroso arsenal nuclear, al igual que la India, vecino con el cual mantiene desde la separación entre ambos, en 1947, una enconada disputa por la región de Cachemira.
Es imperioso que, en estas penosas circunstancias, la comunidad internacional, tantas veces criticada por su inacción o por su acción tardía, contribuya a encarrilar la democracia de un país que, en una región de por sí explosiva, parece sentado sobre un barril de pólvora a punto de estallar.
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