- HOSPITALES -
Positiva intervención en hospitales
Es de público conocimiento que, salvo escasas excepciones, los hospitales dependientes del gobierno local atraviesan una etapa crítica. Están agobiados por problemas de infraestructura, la carencia de insumos, la falta de personal y la sobreafluencia de pacientes, muchos de ellos llegados desde el conurbano bonaerense e incluso de paises limítrofes.
Se trata de razones sobradas para que el domingo último provocase honda preocupación la noticia de que la Maternidad Sardá haya tenido que derivar casos de urgencia por falta de médicos anestesistas que cubriesen la guardia. Tan grave fue la situación que se la consideró en emergencia hospitalaria y tres embarazadas a término tuvieron que ser derivadas a otros hospitales.
Difundida por los propios profesionales de ese establecimiento, la información sumó un agregado no menos alarmante: según las mismas declaraciones, en el hospital Alvarez igual dificultad habría provocado desenlaces mortales para los fetos en algunos partos complicados.
Casi es obvio subrayar que con la salud pública no se juega. Menos aún en esta particular circunstancia, porque casi la mitad de los alumbramientos atendidos en la citada maternidad requieren intervenciones quirúrgicas con la participación de anestesistas.
Reconfortó los ánimos inquietos con justa razón, entonces, la veloz y positiva intervención de las flamantes autoridades sanitarias del gobierno porteño. Al día siguiente, el ministro de Salud, Jorge Lemus, incorporó 50 médicos anestesistas a fin de paliar aquel déficit.
A fin de cuentas, el sobresalto -ya era el tercer domingo que ocurría la anomalía anestesiológica- resultó ser aleccionador en más de un sentido. Ya fuese desde el punto de vista de la salud pública o, también, desde el ángulo de lo exclusivamente administrativo, dejó en claro, por si hiciese falta, que ciertas necesidades no pueden quedar sometidas a la lentitud con que funcionan los engranajes burocráticos. Por el contrario, no bien se producen exigen imperiosamente determinaciones inmediatas y concretas que aporten soluciones capaces de superar y dejar atrás cuanto impedimento entorpezca una salida razonable.
Daría la impresión de que el gobierno de la ciudad no debería pasar por alto las enseñanzas que se desprenden de este episodio, al parecer definitivamente superado. Hay cuestiones cuya atención no admite demoras, teniendo en cuenta que los vecinos están hartos de reclamarles en vano a los funcionarios que se preocupen por solucionarlas.
Está bien que las autoridades celebren reuniones de gabinete a la vista de todo el mundo y que el propio jefe de gobierno haga inspecciones imprevistas; resulta alentadora la preocupación por crear organismos que, es de presumir, habrán de facilitar el arduo trabajo de administrar esta megalópolis, y que una de las primeras medidas haya pasado por la realización de un censo sobre niños en situación de calle.
Pero no debe olvidarse que los porteños tienen fijadas sus inmediatas aspiraciones en apremios más sencillos, aunque no por ello menos urgentes. En lugar de los anuncios preferirían comprobar que empiezan a vivir en una ciudad limpia, a transitar por aceras bien embaldosadas y calzadas libres de pozos, a poder enviar sus hijos a escuelas sin desperfectos edilicios y, cuando lo necesitan, a poder concurrir a un hospital con la certeza de ser atendidos con idoneidad, eficiencia y presteza.
Es de esperar que la celeridad con que fue cubierta la falta de anestesistas sea una señal de que sus autoridades han comprendido que la población porteña aguarda más hechos y menos palabras.
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