- VECINOS -
Uruguay:
dar vuelta la página
Un conflicto insólito desde sus orígenes, como el desatado entre la Argentina y Uruguay, ha adquirido ribetes tan sorprendentes como desconsoladores.
¿Quién iba a imaginar, antes de que comenzara, que uno de los dos gobiernos podía evaluar la posibilidad de cerrar los tres pasos de la frontera terrestre ante la posibilidad de que activistas del otro país cometieran atentados e incluso estuvieran dispuestos a inmolarse como terroristas islámicos, de modo de hacerse oír con sus reclamos? Nadie, desde luego, pero el viceministro de Vivienda, Ordenamiento Territorial y Medio Ambiente de Uruguay, Jaime Igorra, deslizó esa posibilidad ante al temor de que los asambleístas de Gualeguaychú, pioneros en los bloqueos de puentes, pasaran a mayores.
Tal advertencia, en la cual se incluyó desde amenazas de disturbios hasta atentados concretos contra la pastera Botnia, debería convocarnos a la reflexión sobre la facilidad con la cual, por falta de diálogo entre los gobiernos y de una visión política compartida que vaya más allá de la coyuntura, se ha llegado a este extremo, lindante con el absurdo.
Una relación bilateral como la argentino- uruguaya, única en el mundo por la hermandad y la historia compartida de sus pueblos, no merece estar en un callejón sin salida ni quedar a merced de mensajes admonitorios de un lado o del otro que, en última instancia, no hacen más que fomentar la desconfianza y los reparos frente a un hecho irreversible.
El gobierno argentino, dócil desde el comienzo con asambleístas que olvidaron que el pueblo no delibera ni gobierna sino por medio de sus representantes, debería ordenar la situación local antes de contentarse con la presunción de que la demanda por el aparente incumplimiento del Estatuto del Río Uruguay, presentada ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya, podría tener entre julio y septiembre de 2009 un fallo favorable y, así, se revertiría la situación. En ese caso, seamos sensatos: difícilmente Uruguay se vería obligado a desmantelar la pastera y permitir su reinstalación en otro sitio.
Todo lo que se puede esperar es un llamado a reforzar los controles ambientales del río Uruguay, lo cual, en realidad, están haciendo ambos gobiernos por su lado como si fueran perfectos desconocidos. Ya no es tiempo de buscar coincidencias ideológicas entre el clan Kirchner y Tabaré Vázquez, o de creer que los dos Fernández (Alberto, jefe de Gabinete argentino, y Gonzalo, secretario general de la Presidencia uruguaya) serán capaces de reencarrilar una relación que, por causas y efectos ajenos al sentir de los pueblos, se ha perdido en la nebulosa de la protesta, la réplica y, en algunos casos, la fuerza.
Sin hacer alarde de ninguna concesión, el gobierno de Tabaré Vázquez respetó los tiempos políticos de su vecino de la otra orilla. Esperó hasta el desenlace de las elecciones presidenciales argentinas para habilitar la planta. La orden, empero, coincidió con la XVII Cumbre Iberoamericana, lo cual ahondó aún más las diferencias.
Agotada la gestión de buena voluntad del rey Juan Carlos I de España, en la cual la facilitación del diálogo no prosperó, ambos gobiernos deberían plantearse ahora la necesidad de entablarlo por sí mismos, despojados de compromisos electorales que, en el caso argentino, pudieron haber empañado la candidatura de Cristina Fernández de Kirchner.
Con su inminente asunción como presidenta de la República, se abre un ciclo y se presenta una oportunidad que, en verdad, no deberían estar precedidos de la amenaza de los asambleístas, por un lado, y de las advertencias del gobierno uruguayo, por el otro, frente a la posibilidad de que, en medio de tanta tensión, una chispa provoque un incendio.
Es hora de rescatar la agenda positiva entre ambos países, aquella que ha caracterizado a argentinos y uruguayos como hijos de una misma madre en foros y organismos internacionales, aquella que se nutrió en la resistencia conjunta al invasor extranjero cuando nadie pensaba que unos y otros iban a fundar dos repúblicas independientes, aquella que no distingue nacionalidades en Buenos Aires y Montevideo. Es hora, entonces, de dar vuelta esta página, la más oscura de una vida, más que una historia, compartida.
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