- CINE ARGENTINO -
Arde el cine argentino
Por Manuel Antín
Para LA NACION
Permítaseme la metáfora, Troya ardiendo es una miniatura si la comparamos con los ardores que han corrido por el medio cinematográfico en los días finales de un gobierno que, por decisión electoral, es reemplazado por otro. Solicitada va, solicitada viene y el correo electrónico que expande las llamas de un modo inusitado. No basta para aquietar los ánimos el momento excepcional que vive nuestro cine. Cantidad de estrenos, producción en número incomparable como ningún otro tiempo anterior o posterior a la llegada de la democracia en 1983, prestigio internacional sostenido y renovado anualmente. Y ahora, por fin, como para demostrar, por si fuera menester, que el cine argentino vive en plenitud, la lluvia de opiniones que se contradicen en cadena, muy respetables por otra parte, y que adquieren mayor o menor valor según el ángulo desde el que se analice la cuestión.
Eso sí, es verdad, muchas películas no reciben la adhesión del público. No es un fenómeno casual ni aislado ni único ni, por lo tanto, exclusivamente argentino. Les sucede a muchas cinematografías, incluso aquéllas muy poderosas de las que a estas tierras llegan sólo los éxitos.
En nuestro país, muchos de los fracasos podrían justificarse en la carencia, a veces absoluta, de promoción previa. La publicidad no vende cualquier cosa, pero carecer de toda promoción no es de ningún modo saludable. Son aspectos en los que hay que detenerse a pensar, más allá de la calidad mayor o menor de los títulos que llegan a las pantallas, no siempre sensibles a transgresiones inesperadas y sorprendentes. Además, lo de la calidad es opinable y no todos pensamos lo mismo de las mismas películas.
Poco acostumbrado a tantos éxitos y fracasos, el medio cinematográfico empieza a dividirse y a tomar partido en una dirección o en otra. Bienvenidas las llamas si contribuyeran a consolidar una industria que, es verdad, si vamos a compararla con la de Hollywood, todavía no existe. Y no porque abunden mentes fantasiosas, no se dedicarían al cine si el mundo fuera definitiva y comprobadamente un dos más dos son cuatro. Con un criterio tan cerrado, el arte no tendría historia. El cinematográfico y el que fuere. El arte tiene su punto inicial en el riesgo, en la improvisación y en la desobediencia a las normas convencionales. Y, casi siempre, a espaldas del consenso generalizado. Bastante tenemos con la realidad, y es bueno y además aconsejable que no nos resignemos a las matemáticas, aunque más no sea en algunos determinados aspectos de nuestras vidas. Las matemáticas son útiles en la vida real, pero cuando se trata de los sueños y de las fantasías son inaplicables.
No analicemos tanto ni intentemos que todo sea a nuestro parecer y a nuestra medida. Como en otras cinematografías, en la nuestra hay gente sensata en abundancia, y de la otra también en abundancia. Es admirable que así sea. Avancemos juntos. Dejemos que cada uno saque sus propias conclusiones, esto va a ocurrir inexorablemente. No tratemos de decantar lo que la armonía del tiempo va a decantar lo queramos o no. No quiero ponerme como ejemplo aquí, llegando a los finales del tiempo. Lejos de mi intención semejante fantasía. Pero alguna vez fui sospechado de no tener éxito, por lo menos repetidamente. Y aquí estoy, más feliz que amargado, muchísimos años después. Sin pensar que nadie tiene razón salvo yo, sino que todos la tienen y yo también.
Señores, hay lugar para todos. Súbanse o apéense sin molestar a los que quieren subirse, o a los que prefieren apearse, o a quienes felizmente ya están confortablemente instalados. El tiempo no se detiene. Deténganse a desmenuzar el pensamiento lúcido de alguien a quien no puede considerársele fracasado, Federico García Lorca, que respecto de los fracasos afirmaba que no siempre la culpa era de la obra, que muchas veces fracasaba el público.
Ni tanto ni tan poco, entonces.
Calma. Calma. Los tiempos recién están comenzando.
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