- GEOPOLITICA -
La tierra es plana, geopolítica ligera
El Pulitzer Thomas Friedman trafica cierto imperialismo detrás de su apología de globalización.
Javier Rombouts
Hay un viejo pero efectivo método para escribir un libro de análisis geopolítico ligero, entrador, best seller, acorde a los preceptos ideológicos del autor y que, por sobre todas las cosas, genere en el lector una aceptación alta de dichos preceptos. Si se quiere, algo muy parecido a la propaganda. Y tal vez no sea equivocado pensarlo de este modo.
Como sea, la ecuación primaria para este tipo de libro es la siguiente: establecer la base del trabajo sobre una verdad de perogrullo o, al menos, sobre un concepto difícil de refutar. Después, sólo resta mirar el costado de la foto que de alguna manera conviene y que fortalece la posición. Algo indispensable: un título con importante nivel de punch.
Thomas Friedman sabe de estas cosas. Es más: el columnista estrella del The New York Times –ganador de tres premios Pulitzer- tal vez sea uno de los periodistas en ejercicio que más sepa de estas cosas. Y en su libro La tierra es plana despliega todo su arsenal. Y, esto último, dicho literalmente.
Por supuesto, el título remite a Ptolomeo, a la idea arcaica de una tierra plana, sostenida por tortugas y elefantes. Pero está puesto en función del avance de las nuevas tecnologías y, por sobre todo, de la globalización como un hecho indiscutible. Esta mezcla de conceptos, el metatexto que se desprende de ellos, es atractivo. Desafortunadamente, también es el mejor punto de Friedman a lo largo de todo el trabajo.
Mi casa es tu casa
El autor parte del “aplanamiento” de la tierra. O, mejor, del aplanamiento de la economía y de la geopolítica entre los países en que se divide el planeta tierra. En resumen dice que la distancia entre las naciones es cada vez más pequeña. Y el motivo reside en que las nuevas tecnologías están haciendo posible que la geografía se vuelva irrelevante para decidir dónde situar un negocio.
Más adelante, como necesario desprendimiento de esta lógica, deduce un aplanamiento entre las empresas. Y asegura que sólo es necesario una buena idea para poner en marcha un emprendimiento. Incluso, para competir con las grandes multinacionales. Explica: si un producto es bueno, basta con eBay como cadena de distribución.
Este es el planteo. No mucho más. Después llegarán los ejemplos, tratados con un impecable estilo periodístico y con un notable concepto publicitario. Pero a no descuidarse, aunque parezca obvio en parte y en parte altamente discutible, no se trata de una tesis ingenua. Y mucho menos lanzada por casualidad.
Para comenzar, Friedman establece los motivos del aplanamiento terrestre. Y menciona, claro, Internet en primer lugar y, enseguida, algunos de sus derivados: el outsourcing y homesourcing, entre otros. Esto es: la vida y el trabajo cotidiano desde el escritorio de la propia casa. No más establecimientos donde ir a trabajar y, mucho menos, fronteras económicas entre los países. Desde la casa, el mundo. Pronto sabremos dónde está ubicada la residencia.
El autor agrega su propia cronología para explicar este fenómeno. El libro tiene en las primeras páginas el listado que detalla las “10 fuerzas que aplanaron la tierra”. Acá incluye tanto la aparición de Netscape en la bolsa de Nueva York como las primeras operaciones de outsourcing (subcontratación) y Offshoring (traslado de fábricas a países periféricos para abaratar costos).
Así deduce que la llegada de la fibra óptica y la banda ancha a ciudades como Bangalore (India) hicieron posible la existencia del Silicon Valley indio o, en sus propias palabras, “el turno noche de los trabajadores de los Estados Unidos”.
¿Se trata del planteo evidente, aunque discutible, de un fervoroso admirador de las nuevas tecnologías? ¿Es una alabanza epidérmica de los adelantos de la humanidad en materia de comunicaciones? ¿Es una mera campaña publicitaria a favor de Bill Gates, Nicholas Negroponte y Steve Jobs en formato de libro? De ningún modo: Friedman es bastante más inquietante.
La quinta columna
En su reconocido espacio del The New York Times del 18 de septiembre de 2003, Friedman afirmaba: “It’s time we Americans came to terms with something: France is not just our annoying ally. It is not just our jealous rival. France is becoming our enemy.” (”Es hora de que nosotros, estadounidenses, coincidamos en algo: Francia no es sólo un aliado molesto. No es sólo nuestro celoso rival. Francia está convirtiéndose en nuestro enemigo.”).
Durante el conflicto de los Balcanes, en esa misma columna, supo decir: “Twelve days of surgical bombing was never going to turn Serbia around. Let’s see what 12 weeks of less than surgical bombing does.” (”Doce días de bombardeo quirúrgico nunca iba a quebrar a Serbia. Veamos qué sucede si son doce semanas de bombardeo, algo menos que quirúrgico”)
Para la época del 11 de septiembre negro escribió: “Let’s all take a deep breath and repeat after me: Give war a chance. This is Afghanistan we’re talking about. Check the map. It’s far away.” (”Respiren profundo y repitan conmigo: démosle una oportunidad a la guerra. Estamos hablando de Afganistán. Fijense en el mapa. Está bien lejos”)
En su libro “Lexus and the Olive Tree”, afirmaba: “The hidden hand of the market will never work without a hidden fist. McDonald’s cannot flourish without McDonnell Douglas, the designer of the U.S. Air Force F-15. And the hidden fist that keeps the world safe for Silicon Valley’s technologies to flourish is called the U.S. Army, Air Force, Navy and Marine Corps.” (“La mano oculta del mercado nunca podrá funcionar sin un puño oculto. McDonald’s no puede florecer sin McDonnell Douglas, el diseñador del avión de la fuerza aérea estadounidense F-15. Y el puño oculto que mantiene al mundo seguro para que las tecnologías de Silicon Valley puedan florecer se llama Ejército de los Estados Unidos, Fuerza Aérea, los mariners de la Fuerza Naval”).
Aunque aparezca como un ingenuo fomentador de los best sellers tecnológicos, Friedman escribe La tierra es plana desde el mismo ángulo, con las mismas ideas con las que escribe sus columnas. Sólo que acá no les pide a sus compatriotas que avalen bombardeos o invasiones militares. No dice que un país está demasiado lejos a la hora de echar bombas. No habla de mano oculta y dura.
Así y todo, escribe lo mismo. Y no se trata de una contradicción. Sólo que, en este trabajo, la manera de avanzar es otra. Pero eso no supone desacelerar la marcha. En todo caso, si se quiere, se trata del silogismo del moderno conservador estadounidense. Y dice así: La tierra es plana y las fronteras desaparecen gracias a las nuevas tecnologías.
Las nuevas teconologías son nuestras, estén en California o en Bangalore.
Entonces, si la tierra es plana; la tierra es nuestra.
Si logo
En su libro No logo, la canadiense Naomi Klein analizaba las nuevas cadenas de construcción de valor del capitalismo, la aparición y el reinado de las marcas, la depreciación del producto como objeto en sí, y la consecuente tercerización de la producción hacia los países subdesarrollados.
Según su análisis, el valor otorgado al producto por la marca era la diferencia, porque aumentaba el precio final. Pero también el valor del producto hecho en países periféricos la marcaba porque disminuía los costos de producción. Para la empresa dueña de la marca, el negocio era (sigue siéndolo) la perfección del círculo. O, dicho en criollo, algo más que redondo. Para Klein –una reconocida militante de izquierda- la consecuencia elocuente era que este sistema hundía a millones de trabajadores bajo condiciones laborales miserables.
Friedman, en cambio, señala lo positivo de este escenario. A caballo de internet y la globalización, el autor habla de deslocalización de los negocios. Dice que con el paso de los años, cada vez importará menos en qué lugar del mundo se encuentre una empresa, porque desde cualquier sitio se podrá efectuar un negocio global. En todo caso, lo que no dice es dónde irán a parar las ganacias.
Lo cierto es que donde Klein sólo veía al viejo capitalismo disfrazado con ropaje moderno, Friedman observa un salto cualitivo, una suerte de abordaje cultural que debe cambiar la manera de pensar del empresariado mundial; su manera de vincularse para obtener mayores ganancias. Y libra a la suerte del mercado la profecía: “Los pequeños actuarán como grandes”. Ni una palabra sobre los puños ocultos que sostienen el mercado.
Es que en La tierra es plana, Friedman se presenta como un determinista tecnológico. Incluso, lo dice con esas exactas palabras. Y se reconoce convencido de que, a mayor “aplanamiento”, mejor mundo para todos. ¿Suena a tanda publicitaria? Lo es.
Según el autor, las poblaciones del Tercer Mundo podrán integrarse a este nuevo orden aplanado y menciona a la India y a China. Claro que no hace referencia –ni analiza- otros sitios distantes a pocos kilómetros de sus países ejemplos como Pakistán o Irán.
En todo caso, ese silencio es mejor que ciertos párrafos que incluye sobre Al Qaeda. Es que, en un arrojo filopolítico, Friedman define al grupo terrorista como “islamo-leninista”. Si se quiere, otro slogan publicitario que no resiste análisis.
Pero también, si se quiere, algo más: unir en un sólo concepto el mayor terror del siglo XX en el inconciente colectivo estadounidense con el mayor terror que los acecha desde comienzos del siglo XXI. Un único y enorme miedo, recorriendo la tierra plana; su tierra.
De otro modo, la definición es inentendible. Lo único seguro es que no fue puesta por descuido. La idea de vanguardia esgrimida por Friedman para reunir a Lenin y a Bin Laden es casi decimonónica. Extraño en un fundamentalista del futuro mirar tan lejos en el pasado.
Y no existe en el libro ningún otro punto de contacto que no sea la vaguedad de la “vanguardia”. De existir, seguro Friedman lo hubiese mencionado con el mismo énfasis que omitió los orígenes del grupo terrorista. Es que resulta difícil de creer que el columnista de The New York Times haya olvidado que Al Qaeda se formó gracias al aporte económico y militar de los Estados Unidos, durante la guerra que Afganistán mantuvo contra la Unión Soviética.
La tierra es plana, dice Friedman. No dice que lo será, afirma que el futuro ya llegó. Entonces, como si fuera un profeta, le pregunta a los estadounidenses: ¿Qué debe hacer Estados Unidos para que el aplanamiento del mundo no le quite sus actuales ventajas competitivas?
Tal vez, de la respuesta a esa pregunta dependa que la tierra siga siendo rendonda.
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