- DELITO Y VIOLENCIA -
La violencia delictiva no decrece
Comienza otro año en la Argentina sin que nada haya mejorado en materia de disuasión, prevención y represión de la violencia delictiva. A pesar del forzado optimismo de ciertas estadísticas oficiales, el delito no ha decrecido ni en la ciudad de Buenos Aires ni en su conurbano.
Parece que nada ni nadie logra ponerle freno, como lo prueban otros análisis sobre los cuales no influye la necesidad política de disimular las cuestiones que le son ingratas al poder porque le restan adhesiones. Nos referimos, por ejemplo, a los resultados de la última encuesta de victimización que elabora mensualmente el Laboratorio de Investigaciones sobre Crimen, Instituciones y Políticas (Licip), dependiente de la Universidad Torcuato Di Tella, hecha sobre la base de relevamientos realizados en hogares en las principales ciudades y regiones del país. Según este estudio, a todo lo largo de 2007, un 34,1 por ciento de hogares argentinos fue víctima de hurtos, robos o asaltos, la mayoría mediante la utilización de violencia. De hecho, más del 50 por ciento de esos delitos fueron "robos con violencia hacia las personas". Lamentablemente, comparados con los datos de encuestas anteriores, éstos delatan una tendencia al incremento del robo con violencia sobre los asaltados. Así, si bien la ola de robos contra ancianos no alcanzó la magnitud de la registrada en 2005, el año último asombró la alta tasa de mortalidad registrada en este rubro de la estadística delictiva.
Aunque algunos funcionarios persistan en seguir hablando de la "sensación" de inseguridad, lo cierto es que la sociedad descree de ellos y de sus irónicos comentarios. Los preocupados y los temerosos no se equivocan, y estadísticas como las mencionadas más arriba contienen, día tras día, pruebas irrefutables de la comisión de un vasto catálogo de hechos policiales. La lista es incluso limitada, porque hay un considerable porcentaje de los afectados por esos atropellos que no los denuncian, visto que en gran proporción la denuncia no surte efecto.
No es una sensación la certeza de que las fuerzas policiales y de seguridad aún no han sido capaces de resolver los asesinatos de tres policías bonaerenses, a pesar de que fueron cometidos dentro de una dependencia de esa fuerza y del indisimulado interés del presidente Kirchner por el pronto esclarecimiento del triple y sanguinario homicidio.
Todo esto ha contribuido, en cambio, a que vastos sectores de la población hayan hecho radicales cambios en sus costumbres cotidianas. Muy pocos son hoy los que salen de sus casas convencidos de que están ciento por ciento a salvo de los atropellos delictivos.
En la ya mencionada encuesta de victimización, es importante señalar que, en cuanto a las soluciones factibles de empezar a ponerle remedio a esta enfermedad social, es mayoritario el rechazo por la pena de muerte. En mayo último, el 41,2 por ciento de los entrevistados había interpretado que la medida esencial debería ser el incremento de la presencia policial, eliminar la corrupción enquistada en esas fuerzas y mejorar la capacitación de su personal. En cambio, el 16,1 por ciento entendió que las soluciones básicas deberían consistir en el mejoramiento del sistema judicial y en la aplicación de leyes y penalidades más severas.
En suma, nada novedoso. Se trata de iniciativas que se vienen reclamando infructuosamente desde hace mucho tiempo. La aprensión, el abandono y el rencor son, como se ha advertido más de una vez en esta columna editorial, malos consejeros. Pueden inducir a la autodefensa -ya ha ocurrido, aunque han sido episodios esporádicos- y a la justicia por mano propia. Toda vez que ello ocurra, será muy tarde para lamentarlo.
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