- EL CHE -
La historia, los mitos y el Che
Los hechos de la vida real nutren algunos de los capítulos más desopilantes del humor popular. Está el caso del alumno a quien la maestra interroga sobre Cristóbal Colón y recibe como respuesta, en el amago biográfico, que Colón era negro. "¿Cómo que Colón era negro?", pregunta la maestra. "Sí, señorita, lo dice el libro", contesta impávido el alumno. La maestra toma el libro y lee: "Colón, oscuro navegante genovés ".
Esa es la historia por deformación involuntaria y cándida en la interpretación de hechos y en el valor de las palabras. El sano criterio tiende con rapidez a corregirlos y a colocar las cosas en el lugar de donde no debieron haber salido. Pero hay otro tipo de historia y es la que se enturbia con el fanatismo de las ideologías, más perseverante en el sostenimiento de sus afirmaciones que el producido por la ingenuidad juvenil en episodios como el que abre este comentario editorial.
Cuando se haga el balance de la acción educativa de los últimos años, signada por vaivenes y de notoria ineficacia en múltiples aspectos, probablemente se observe que la historia falseada ha prosperado en medio de trasnochadas modificaciones en los planes de estudio. Nunca como ahora se han realizado tantos esfuerzos, que hayan prosperado, para demoler el debido conocimiento del historial argentino. Como es fácil colegir, con eso se destruye hasta la identidad nacional.
Los resultados se encuentran a la vista de quienes siguen las alternativas de singulares torneos televisivos sobre la popularidad de los personajes del pasado nacional. Basta percibir el grado de anestesia que perturba a la conciencia cívica colectiva.
Apenas queda en pie, después de haberlo sido todo pisoteado por intereses de facción, el recuerdo de ciertos episodios y personajes a quienes los sectores políticos dominantes consideran como dignos de ser evocados. Se bate el parche de manera incesante y maniquea sobre lo que se quiere preservar y se relega al olvido el ingente reservorio de conductas ejemplares y de sacrificios sobre los que se construyó LA NACIONalidad. Hasta se mira con inexplicable desdén la proximidad del Bicentenario de la Revolución de Mayo, con descuido de que de esa manera se empina aún más a esa gesta como implícito dedo acusador del deplorable espectáculo de un país que fue, entre las naciones emergentes, modelo del mundo, y que hoy éste observa con incomprensión y perplejidad.
La televisión ha informado, como parte de sus encuestas con objetivos competitivos y sin ningún criterio diferenciador entre deporte e historia, que no pocos jóvenes colocan en la cúspide de sus preferencias a las dos únicas figuras que parecen conocer: la de un auténtico libertador, San Martín, y la del Che Guevara, un adversario de la libertad al servicio de un régimen inhumano, que oprime a su pueblo del mismo modo como colaboró con sembrar muerte y horror en otros durante su etapa más virulenta; un aventurero en la mejor tradición romántica del siglo XIX, que contribuyó a establecer el régimen despótico que aún hoy gobierna a Cuba .
El guerrillero nacido en la Argentina, que trocó los instrumentos del arte de curar por la pistola y la ametralladora, contribuyó a instaurar en la patria del insigne José Martí no un gobierno democrático que acabara con los excesos de la dictadura de Batista, sino un régimen basado en el ejercicio sistemático del terror, cuyo supremo objetivo fue poner en vigencia al deshumanizante materialismo dialéctico de Marx con los crueles métodos que la Unión Soviética aplicaba a los infelices pueblos bajo su férula. Y luego, apoyado por Fidel Castro, salió de Cuba para constituir grupos armados que jaquearon la existencia de varios países latinoamericanos.
En cambio, el Padre de la Patria dedicó su existencia a la causa de la independencia americana. Hizo tremolar la bandera argentina, unida a las de las naciones que emancipó o fundó con el objeto de que se abrieran las libertades y las garantías individuales al disfrute popular. Y se retiró de la vida pública en el momento en que consideró que su presencia podía obstaculizar el último tramo de la lucha redentora.
El legendario sable corvo que marcó la hora del triunfo en Chacabuco y Maipú fue definitivamente envainado cuando concluyó su cometido. Así San Martín diría a los jefes federales Estanislao López y José Gervasio Artigas, en cartas de similar contenido: "Hagamos un esfuerzo de patriotismo, depongamos resentimientos particulares, y concluyamos nuestra obra con honor Mi sable jamás saldrá de la vaina por opiniones políticas: usted es un patriota, y yo espero que hará en beneficio de nuestra independencia todo género de sacrificios".
Más cerca en el tiempo y ya en Cuba, a la dictadura de Batista no ha seguido un régimen de libertades públicas sino el terror policial aprendido de las mazorcas soviéticas y el deleznable sistema de delaciones inculcado por la KGB. No hay posibilidades serias de equivocarse. Pruebas al canto con este medio siglo siniestro para Cuba.
A San Martín lo honran los hombres libres. A los fanáticos de la intolerancia los atraen los Osama ben Laden de turno o los espera un lugar militante en terrorismos como el de ETA para hacer coherente la doctrina con la práctica.
Llegará el día en que la historia argentina recobre la prestancia perdida. Sólo entonces cuestiones como las que comentamos serán menos una pesadilla que curiosidades de pertenencia más apropiada a la categoría de aquella insólita historia juvenil de un Colón que, asombrosamente, se había convertido en "negro".
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