- CLUBES -
Al rescate de los clubes de barrio
Su misma naturaleza los torna frágiles ante cualquier contingencia. Los clubes de barrio, diseminados por nuestra ciudad y el conurbano bonaerense son y fueron engranajes importantes de aquellas comunidades cuya existencia era menos vertiginosa y más apacible. Hoy, en cambio y casi siempre por las endebles alternativas de nuestra realidad económica, han desaparecido o languidecen tratando a duras penas de sobrellevar hondas penurias financieras.
Esas instituciones cobijaron esperanzas, alentaron romances, promovieron la vida social y, lo más importante, alejaron de la calle y sus peligros a miles de adolescentes que en ellos encontraron la contención propia de las prácticas deportivas y la protectora fiscalización de amistosos y desinteresados tutores. Esos jóvenes se hicieron mayores, pero su sucesión fue ínfima. Otros tiempos, otras costumbres y otras tentaciones. Sin temor de exagerar, hasta se podría decir que a la mayoría de los clubes de barrio sólo concurren sexagenarios.
Para colmo de males, las empresas de servicios no se preocupan por facilitarles su eventual recuperación: por lo general, les cobran las tarifas propias de los grandes consumidores o las industriales. Salvo alguno que otro esporádico subsidio, los clubes de barrio están librados a la suerte y verdad de sus muy magros ingresos.
La provincia de Buenos Aires ha empezado a tenerlos en cuenta. Puso en marcha el programa Luna de Avellaneda -título del filme que narra la agonía de un club de esa ciudad-, tendiente a lograr que las instituciones barriales abonen durante un año las tarifas sociales de los servicios públicos y obtengan ayuda para solucionar sus problemas edilicios. No mucho, francamente, pero por algo debe comenzar ese justificado rescate.
En nuestra ciudad también abundan las entidades en tan precarias condiciones. Es cierto que hubo iniciativas para ayudarlas, aunque se mantienen en una suerte de nebulosa que requeriría definiciones terminantes.
Ahora, ya próxima una nueva administración porteña elegida por el voto popular, tal vez sería la oportunidad de cristalizar esos proyectos inconclusos o a medio andar, por supuesto sin favoritismos maliciosos o subsidios interesados, sino rigurosamente equitativos y adjudicados de acuerdo con necesidades absolutamente comprobadas.
No hay duda de que el gobierno local que asumirá en diciembre próximo tendrá otros muchos asuntos tanto o más importantes por atender. Empero, si no se olvida de los clubes de barrio habrá de satisfacer una inquietud social largamente postergada y, a título de retribución, obtendrá la reactivación de numerosas entidades dispuestas a colaborar haciéndose cargo de la nada menuda labor de preservar y defender la salud moral y física de nuestros niños, adolescentes y jóvenes.
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