- NUEVA POLITICA -
Por una generación de nuevos políticos
Los argentinos no tenemos buena opinión de nuestra dirigencia política. Nos quejamos del bajo nivel de transparencia y confiabilidad de quienes tienen a su cargo habitualmente el manejo de la cosa pública en los diferentes distritos del país y reclamamos una reforma integral y profunda de los procedimientos políticos que posibilite el reemplazo de las cúpulas partidarias actuales -salvo algunas pocas y bien conocidas excepciones- y el surgimiento de una nueva estirpe de dirigentes.
Sin embargo, los argentinos no tenemos en claro cuál es el camino que habría que seguir para provocar esos cambios saludables y necesarios. Nuestro disconformismo alcanzó su punto culminante en diciembre de 2001, cuando la protesta y el hartazgo ganaron la calle con el reclamo extremo de "que se vayan todos". Naturalmente, no se fue nadie o casi nadie. La exigencia era tan violenta y perentoria que trababa las manos del propio sector ciudadano que la impulsaba con tanta energía. Exigir que se fueran todos era responder a un impulso irracional. Equivalía, en la práctica, a sugerir que no se fuera nadie.
A casi seis años de aquel estallido multitudinario, parece haber llegado la hora de que analicemos el problema con la serenidad y el equilibrio que en aquel momento no tuvimos. Es hora, por ejemplo, de que tomemos conciencia de la necesidad de buscar métodos alternativos maduros y viables para provocar el surgimiento de una dirigencia pública distinta de aquella con la cual nos hemos acostumbrado a convivir en los últimos años. Una dirigencia que sea capaz de garantizarnos una gestión de los asuntos políticos e institucionales eficiente, rigurosa y, sobre todo, sujeta a principios éticos ciertos y reconocibles.
La reforma que estamos proponiendo debería surgir de un recambio generacional intenso y sostenido de los planteles humanos que se desempeñan en los escenarios políticos nacionales, provinciales y municipales, operado a través del tiempo, de manera gradual y lo más ordenadamente posible.
La política lleva el sello de las personas que la practican. Quienes durante demasiado tiempo -en algunos casos, durante largas y desgastantes décadas- han sido protagonistas excluyentes de las refriegas políticas y de las disputas por el poder están adheridos en muchos casos a conductas y hábitos no demasiado recomendables, que se han hecho carne en ellos y de los cuales difícilmente podrían prescindir. El caso de algunos intendentes del Gran Buenos Aires que vienen perpetuándose en sus cargos merced a la construcción de extensas redes clientelistas es uno de los mejores ejemplos.
La depuración que aspiramos a producir en el escenario público y en el cuerpo político de la República deberá provenir, por lo tanto, de un relevo sistemático de las personas que actúan en esos campos. En la medida en que nuevas generaciones humanas irrumpan en las militancias partidarias y pasen a gravitar en la conducción de los asuntos públicos, es probable que nuevos aires y nuevos estilos se incorporen a la vida nacional. Y estamos seguros de que ese proceso conduciría a una saludable y reconfortante oxigenación moral de las estructuras sociopolíticas del país.
Por cierto, la presencia de no pocos jóvenes, técnicos y profesionales que no superan los 40 años en varias de las listas de legisladores que hoy se presentan en los comicios de la ciudad de Buenos Aires es un dato alentador pero insuficiente.
El recambio que estamos reclamando aquí requiere dos consentimientos sociales paralelos y correlativos.
Hace falta una actitud de desprendimiento y disponibilidad de parte de quienes ocupan posiciones desde hace demasiado tiempo en los diferentes cuadros de la vida pública nacional. A ellos les corresponde dar el paso al costado que las circunstancias y el buen criterio aconsejen dar en cada caso, a fin de generar el vacío que las nuevas promociones de dirigentes deberán ocupar.
El otro paso necesario es el que se espera de las propias generaciones jóvenes: el país necesita que ellas abracen el compromiso con las causas públicas con auténtica vocación de servicio y se incorporen a la arena política con el firme propósito de producir una reforma purificadora, que fortalezca el cuadro institucional de la Nación y consolide el nacimiento de una Argentina genuinamente republicana y democrática.
Del patriotismo y de la comprensión de unos y otros, de los que deben aceptar que han cumplido su ciclo y de los que están llamados a sustituirlos en compromiso con la República, dependerá que se pueda instrumentar el proceso de recambio y que irrumpa en la historia una generación de dirigentes comprometida con un modo diferente de impulsar la actividad política y de construir las instituciones de la patria.
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