- NUESTRA BASURA -
Basurales clandestinos
Como si la ciudad de Buenos Aires no tuviese suficiente con las actividades fuera de control de los cartoneros, las bolsas de residuos sacadas a la calle en horarios indebidos por buena parte de los vecinos y la basura que por falta de limpieza apropiada ha invadido sus veredas y sus calzadas, desde hace tiempo soporta, también, la existencia de varios extensos basurales clandestinos. Es evidente que la suciedad que invade y degrada los espacios públicos todavía no ha sido atacada en forma efectiva y de raíz. Sin embargo, hay muchas esperanzas depositadas en el proyecto Basura Cero, que contribuiría en apreciable medida a mejorar el decaído aspecto de nuestra ciudad.
Según parecería ser habitual, aquellos basurales están enclavados en el sur de la metrópoli. No son pequeños: sus extensiones oscilan entre media y cinco manzanas. Uno, el más grande, se encuentra en el extremo sur de la villa de emergencia 21-24, cuya vasta traza se extiende desde las cercanías de la avenida Amancio Alcorta hasta el Riachuelo. Justamente, el vaciadero de desperdicios le suma contaminación al degradado curso de agua, asomándose a él en frágil equilibrio. Sobre esa inestable superficie se han instalado decenas de viviendas precarias.
Otro vertedero ilegal de basura se encuentra en un terreno ubicado en el cruce de las avenidas Castañares y General Paz y tiene por vecino cercano al tercero, enclavado dentro de la villa de emergencia 19 o barrio INTA. Los dos restantes están asentados en Scapino y Piedrabuena, Villa Lugano, y en Barracas, en las cercanías del puente Bosch, también tendido sobre el Riachuelo.
Cualquiera de tales lacras urbanas es terreno fértil para la comisión de toda clase de ilícitos a vista y paciencia de la policía y de los controladores del gobierno autónomo. Quienes deberían acarrear los desperdicios hasta los vaciaderos habilitados prefieren acortar camino buscando los clandestinos -alimentados, asimismo, por los propios vecindarios-, en los cuales, previo "convenio", en algunos casos, con los punteros barriales, descargan su maloliente carga.
Es obvio que estos depósitos al aire libre multiplican y vuelven a multiplicar los efectos nocivos de la falta de higiene callejera. Diversos insectos y alimañas -las ratas, las moscas y los mosquitos, por ejemplo- encuentran refugio y alimento dentro de ellos; el mal olor que despiden se expande varias cuadras a la redonda; la acumulación de gases subterráneos producidos por la putrefacción puede llegar a provocar explosiones; desmerecen la fisonomía urbana, y atentan contra la salud pública.
Hubo intervenciones aisladas para erradicarlos. Cada limpieza fue seguida, al poco tiempo, por nuevas y más cuantiosas caravanas de volquetes y de volcadores. Un programa oficial e integral de erradicación, al costo de unos 670.000 pesos, ha prometido eliminarlos para siempre.
Hace falta ver para creer, sobre todo en épocas preelectorales. Se requiere una generosa dosis de decisión política -al margen de la necesidad de recursos financieros y operativos- para redondear esa positiva intención. Así y todo, la ciudad en su conjunto y en particular los vecinos afincados en las cercanías de esos basurales reclaman una y otra vez la pronta extinción de esa auténtica infección urbana.
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