- POR LA CIUDAD -
Balvanera, el barrio que muere
Hay barrios nuevos y perfectos, como copiados al detalle de esas maquetas virtuales con las que los arquitectos presentan sus proyectos inmobiliarios, rodeando espejados edificios de redondos árboles verdes, felices parejas de caminantes y niños con globos. Hay barrios que, de tan de moda, perdieron sus nombres y sus límites aun antes que su identidad, vendida en dólares para levantar una torre.
Hay barrios pobres que, tras un siglo de olvido, abrigan una esperanza de renacimiento a partir de una estación de subte nueva o de una vieja fábrica reciclada en lofts para vecinos que vendrán desde lejos. Y hay un barrio que ha trastocado la lógica de las ciudades, que poseen sus suburbios marginales en la geografía de sus bordes, no en su mismo centro: los arrabales porteños están en Balvanera.
Ningún otro barrio de Buenos Aires ha involucionado tanto en los últimos 20 años. Nunca fue precisamente el más lindo. Comercial, cosmopolita y caótico, el Once era el barrio donde la clase media hacía sus compras, antes de la llegada de los shoppings . Estratégicamente ubicado, siempre fue una de las zonas más transitadas, al menos hasta la hora en que las persianas bajaban para tapar las vidrieras repletas de mercaderías, precios y propagandas baratas.
En los 80 se comenzó a decir que los coreanos habían corrido a los judíos hacia Villa Crespo. En los 90, que los nuevos vecinos provenían de países limítrofes. La convertibilidad golpeó a los comerciantes textiles; la explosión de la AMIA, a toda la comunidad, y Cromagnon volvió a convertir el barrio en tierra de tragedia. Y Balvanera cambió para siempre. Es hoy un barrio de casas tomadas, zonas rojas y asesinatos por encargo.
Que serían sicarios colombianos los que asesinaron la semana pasada a dos peruanos presuntamente vinculados al narcotráfico fue sólo el último título que el barrio aportó a la crónica policial. La droga copa el Abasto, se filtra en los precarios hoteles de una estrella de Balvanera sur y se consigue en cualquier lado.
Entre las avenidas Córdoba y Rivadavia, el barrio conserva su fisonomía clásica, con sus sinagogas y negocios kosher. Entre las vías del ferrocarril e Independencia, es como un suburbio limeño. La plaza Miserere es tierra de vendedores ambulantes, y sus calles, bazares al aire libre donde, con cumbia de fondo, se consigue casi todo sin preguntar el origen. Hace unos años, la reconversión del viejo mercado Spinetto en shopping esperanzó a los vecinos. Pero la teoría del desborde tampoco funcionó aquí. La inseguridad ha hecho caer el valor del metro cuadrado (caso único en la ciudad) y hasta el propio shopping terminó convertido en un hipermercado luego de que las principales marcas huyeran hacia otras zonas.
El Once se muere. Sus vecinos se van. Las calles de Balvanera no suelen ser pisadas por los candidatos: es cierto, los peruanos no votan.
Por Javier Navia La Nación
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