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Capital y Gran Buenos Aires
Por Armando Alonso Piñeiro
Para LA NACION
En el siglo XIX, la federalización de la ciudad de Buenos Aires fue un foco de cruentos conflictos políticos, que desembocaron, en 1880, en la rendición de los porteños ante los ejércitos de línea que apoyaban a Roca. La historia canónica interpreta el desenlace de la última guerra civil argentina como la culminación de la organización nacional, iniciada con la Constitución de 1853, y del inicio de una era dorada de progreso, punto en que coincidirá todo aquel que estudie nuestra historia sin prejuicios ideológicos. Aun así, no se suele advertir que esa derrota también significó la claudicación del espíritu revolucionario de Buenos Aires.
Frente a las mejores tradiciones nacionales de los porteños, un mal entendido localismo, representado por Tejedor, permitió que otra visión nacionalista, del interior, conservadora, urgida de apelar al fraude electoral, encabezada por Roca, reemplazara a la auténtica visión republicana y liberal que siempre encarnó Buenos Aires. Se ganó el progreso pero se perdió la posibilidad de una trayectoria histórica basada en el ideal democrático de Mayo. A más de un siglo de aquellos acontecimientos, la federalización del Gran Buenos Aires es la cuestión capital de la política argentina.
La vieja política es sinónimo del Gran Buenos Aires. El clientelismo, las mafias, la corrupción, la pobreza, la inseguridad, las graves insuficiencias de infraestructura son allí una realidad palpable. Mientras que el reeleccionismo ilimitado está de- sapareciendo en todo el país, varios intendentes del conurbano están por batir récords de permanencia. El conurbano es el equivalente político del caudillismo federal decimonónico, que fue superado por la visión nacional de Urquiza y Mitre y, como aquél, descansa en un opresivo dominio territorial, cuya única consigna es adaptarse al poder de turno. No nacerá en la Argentina la nueva política, no se afianzarán las instituciones democráticas, mientras no se desarmen las arcaicas estructuras de poder que reinan más allá de la General Paz.
La propuesta para equilibrar el peso político del Gran Buenos Aires consiste en federalizar el primer cordón del conurbano, ampliando la jurisdicción de la Capital Federal. Esta ampliación forma parte del destino histórico de Buenos Aires. En 1880, ante la rebelión de Tejedor, el presidente Avellaneda se refugió en una localidad vecina a la ciudad, que años más tarde se incorporaría al ejido capitalino: la localidad de Belgrano. Ahora, ha llegado el momento de una nueva expansión de la frontera capitalina. Una Capital Federal, que incluiría la totalidad de Vicente López (5 km desde la avenida General Paz), San Martín (sin la localidad de José León Suárez), casi todo el partido de Tres de Febrero, y Morón (sin las localidades de Morón y Castelar); los tres partidos a una distancia promedio de 7 km de la avenida General Paz. También incluiría una zona de 5 km de La Matanza (incluyendo las localidades de Ramos Mejía, San Justo, La Tablada, Aldo Bonzi, Tapiales). Ya en la zona sur, incluiría el partido de Lomas de Zamora, excepto las localidades de Llavallol, Temperley y Turdera, y la totalidad de Lanús y Avellaneda (a una distancia promedio de 10 km del Riachuelo).
Según el censo de 2001, esta nueva área urbana incorporaría, aproximadamente, 2.700.000 personas, que equivale a la población de ese año de la Capital Federal. Esta cifra se restaría a la población de 8.661.000 personas que ostentaban los 24 partidos del conurbano, quedando dos zonas metropolitanas más equilibradas y de similar nivel demográfico. Implicaría agregar un promedio de 4 estaciones de ferrocarril y la supresión de 7 partidos (Vicente López, San Martín (el remanente podría ser absorbido por San Isidro), Tres de Febrero (absorbido el remanente por Hurlingham), Ituizangó (que se incorporaría al remanente de Morón como el nuevo partido de Morón), Lomas de Zamora (el remanente pasaría a Alte. Brown), Lanús y Avellaneda.
Entre otros beneficios, la disputa sobre la coparticipación de la provincia de Buenos Aires tendría un principio de solución, al desligarse de la zona anexada a la Capital Federal, el Riachuelo pasaría a la exclusiva responsabilidad de los porteños y se producirían cuantiosos ahorros de burocracia política. Para impulsar esta federalización, el peronismo tendría el aliciente de tener un electorado más propicio en la nueva Capital Federal, mientras que los partidos de oposición deberían apostar a los efectos benéficos de educación cívica y rechazo del clientelismo que impone la tradición cultural de Buenos Aires. Pero cualquiera que sea la especulación partidista, una Capital Federal más extensa es garantía de pasión por el progreso, la cultura y la pluralidad política, es decir, un pilar fundamental para que la nación argentina ingrese con convicción en el siglo XXI.
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