- LOS DESAFIOS -
Se perciben cambios en el escenario político
En la política, como en la vida, suceden a veces cosas que parecen limitadas o pequeñas, pero que cambian definitivamente el ecosistema. La decisión de Mauricio Macri de disputar la Capital y no la Presidencia fue quizás una de esas cosas. La oposición comenzó a ordenarse. El propio Macri habló en los últimos días por teléfono con Roberto Lavagna, por primera vez en mucho tiempo, y quedaron en iniciar conversaciones en las semanas que se avecinan. Macri está empujando también indirectamente a Elisa Carrió a dejar la competencia presidencial para lidiar por la jefatura capitalina.
Hagamos un paréntesis con Carrió, que espoleó la última agitación de la política. No se ha ido todavía de la pelea presidencial y así lo dijo ayer enfáticamente. Quizá termine ella disputando con Macri y Telerman, pero también es posible que simplemente le esté abriendo el paso a una figura extrapartidaria. De hecho, Carrió podría renunciar dentro de poco a la afiliación a su partido y a la banca de diputada nacional para construir una coalición cívica, que ella entiende con centro en la Capital para expandirse luego al resto del país.
Aunque la decisión de Carrió de lidiar en la Capital es probable y no formal aún, en principio sólo restaría saber qué hará Ricardo López Murphy. Con más experiencia política que Lavagna y que Macri, resulta extraño imaginarlo a López Murphy obstaculizando una alternativa opositora; su preocupación por las indiferencias institucionales de Kirchner vienen desde el alba del kirchnerismo. López Murphy, que regresará mañana de los Estados Unidos, es un negociador duro y jamás admitirá que lo dejen fuera del juego; su proyecto presidencial respondería más a esa condición de obstinado negociador que al proyecto en sí mismo.
Tiene razón Néstor Kirchner cuando no define si la candidatura presidencial del oficialismo la liderará él o su propia esposa. El cristinismo insiste en la candidatura de la senadora Kirchner, pero el Presidente les pone siempre un freno oportuno a esos entusiasmos. El "paseo" electoral de octubre, como lo imaginaron sus seguidores, podría complicarse. Nada indica por el momento que el kirchnerismo pueda perder el poder en las presidenciales, pero la relación de fuerzas comienza a equilibrarse cuando aún faltan casi ocho meses para los decisivos comicios nacionales.
Una eventual candidatura de Carrió en la Capital podría dejar al Presidente sin la Capital. Macri, Carrió y Telerman acapararían seguramente al grueso del electorado. Telerman no es un kirchnerista del rígido manual oficialista y ha demostrado más independencia política y personal que muchos gobernadores que nunca fueron kirchneristas. El jefe porteño siempre creyó que su gestión era más importante que sus solidaridades políticas, y eso se nota.
Debe lidiar, sin embargo, con la creciente sensación de inseguridad de los porteños; no es su responsabilidad, pero tampoco es la de nadie en el distrito federal. Kirchner no habla de eso y el locuaz Aníbal Fernández calla sobre el auge del delito. Eso sí: ninguno de los dos se propone darle a la Capital el manejo de la policía. ¿Quién se hace cargo entonces?
No obstante, sería una tragedia para Telerman si la elección supuesta se polarizara entre Macri y Carrió. También es verdad que se convertiría en una figura nacional con sólo llegar a la segunda vuelta con semejantes competidores. Kirchner comienza a barruntarlo: Yo no hablo mal de Telerman , suele repetir, cuando le hablan mal de Telerman.
La Capital se ha convertido en un campo de batalla tan importante como la disputa por el poder nacional. Kirchner nunca debió permitir eso, porque simplemente nunca tuvo un candidato propio de peso. Promovió, en cambio, LA NACIONalización de la campaña porteña cuando embistió una y otra vez contra Macri.
Carrió le podría aparecer ahora en un distrito que ya le era hostil. Carrió cree en una amplia coalición social que incluya a progresistas y liberales. Ese plan es lo que la está inclinando a llevar el combate de este año a la Capital y no a la presidencia. Falta todavía la sorpresa y a ella le encanta sorprender.
Si las embrionarias cosas fueran como parecen, Lavagna se estaría quedando solo frente a Kirchner. El problema es que en política las cosas muy pocas veces son como parecen. Funcionarios oficiales aceptaron que las primeras encuestas señalaban que la mitad de los eventuales electores de Macri se irían con Lavagna y una tercera parte, con López Murphy. Hay encuestas para todos los gustos. Lavagna asegura que dos encuestas le dan ya el 20 por ciento de intención de voto; las encuestas del Gobierno le asignan sólo un 5 por ciento.
Dejemos las encuestas de lado por ahora. Hay demasiado error y corrupción en gran parte de los encuestadores, trabajen para quien trabajen. Los políticos argentinos -y la mayoría de los encuestadores- han logrado pulverizar la credibilidad de una herramienta útil, como son las encuestas, para percibir los vaivenes sociales. Y el problema de los encuestadores es que ya nadie les cree.
Lavagna tiene los lazos atados a la estructura oficial del radicalismo, aunque este partido juega ya en casi todos los equipos nacionales y locales; el grado de su fragmentación es un drama político. Con todo, la apuesta de más importancia del ex ministro es la eventual alianza con Macri y, por eso, es significativo que hayan hablado por teléfono en los últimos días. Macri tuvo palabras públicas de reconocimiento para Lavagna; Lavagna las agradeció. El entramado entre ellos sólo ha comenzado y nadie conoce su final, pero la relación, aun a la distancia, es mejor que como venía siendo.
Se nota en Kirchner que la candidatura de Lavagna es la que más detesta. ¿Una cuestión personal? ¿Una conclusión política? Apartemos los rencores y resentimientos personales, porque nadie sabe si existen o en qué medida influyen. La razón podría ser otra: quizás es con Lavagna con quien disputa la propiedad del capital más importante que tiene para mostrarle al electorado. Ese capital es la paternidad del resurgimiento económico tras la colosal crisis de principios de siglo.
A Kirchner le gustan las ideas que sus escritores de discursos le plasman en el papel, pero le gusta más dar rienda suelta a las pasiones que improvisa. Aparecen entonces contradicciones que dejan la boca abierta. Un llamado a la humilde conciliación de posiciones con sus opositores se mezcla entonces con una diatriba sin humildad contra sus opositores. Es la paradoja que resultó del acto parlamentario más importante del año, cuando el Presidente fue al Congreso a rendir cuentas sobre el estado de la Nación.
Tenía buenas noticias para dar y las dio. Tal vez el dato social más importante haya sido la caída de la desocupación a un dígito. La desocupación nunca alcanzó el 27 por ciento que mencionó el Presidente, pero estuvo muy cerca de esa cifra. En lugar de ponerles alegría y generosidad a las buenas noticias, el Presidente las llenó de golpes y de crispaciones. ¿Para qué?
Sus asesores no conocen, además, la Capital: la llenaron de columnas de partidarios, financiados por los barones del conurbano, que se paseaban por una ciudad frenética de incomodidades, de lluvia y de viento. El Presidente debería saber, a esta altura, que los porteños no quieren saber más de piquetes ni de nada que se le parezca.
Sus palabras destempladas contra Tabaré Vázquez en el Congreso dejaron la convicción de que no habrá solución con Uruguay. ¿Era necesario que hablara así de su colega uruguayo? No. Un acuerdo necesita de un clima previo y propicio para el acuerdo. Es probable que la reunión de Madrid se haga en los primeros días de abril con representantes argentinos y uruguayos.
Es probable también que sea el principio y el final de la gestión del rey Juan Carlos. El monarca se comprometió a juntarlos en un diálogo. Lo hará, pero tampoco puede correr el riesgo de asumir un fracaso que no le corresponde. Sería una última y preciosa oportunidad perdida.
Kirchner se está quedando sin margen para perder oportunidades o para cometer errores. La única certeza que hay entre tantos remolinos es que el ecosistema político ya no es como era.
Por Joaquín Morales Solá
Para LA NACION
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