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Nosotros y la TV
Una encuesta realizada por TNS Gallup, denominada "Los argentinos y la televisión" permite apreciar algunas características del comportamiento del público y del funcionamiento de un medio de comunicación tan influyente.
A través de los resultados emergen dos cuestiones para destacar especialmente. En primer lugar, las actitudes ambivalentes de quienes consumen los programas de la TV, aunque no dejen de condenarlos. En segundo término, las contradicciones latentes entre lo que el medio promete y lo que emite, ya que la información, la distracción o la enseñanza quedan relegadas para dejar paso a la persuasiva promoción que hace continuamente la TV acerca de sí misma. El comentario que esto merece tiene un grado de generalidad que no invalida la cuota de calidad existente en un cierto número de programas.
De acuerdo con los datos de la encuesta, el 75 por ciento de los entrevistados dice que ve televisión a la hora de cenar; no obstante, el 70 por ciento de ellos considera que el material trasmitido es de valor negativo. Las diferencias observadas con una encuesta anterior del año 1998 sobre el mismo tema no arrojan mayores cambios.
Hay un descenso del público que buscaba distracción, del 74 al 68 por ciento. Otro tanto ocurre con quienes desean información, que han disminuido del 72 en 1998 al 67 por ciento en 2006.
Por otra parte, el público femenino centra sus expectativas en encontrar programas educativos. Los hombres ponen el acento de su interés en recibir información objetiva. También hay quienes consideran que la TV no educa ni entretiene (20 por ciento). Las críticas adversas alcanzan al efecto negativo de la TV sobre la adolescencia (antes manifestado por el 57 por ciento y ahora por el 65). Estos porcentajes llegan al 70 por ciento cuando se refieren a la influencia del medio sobre los niños.
Sin embargo, padres preocupados por los malos programas que dañan a los hijos reconocen que no hacen respetar en sus hogares los horarios de protección al menor (50 por ciento). Esta es una contradicción muy reveladora, pues no falta capacidad de juicio para estimar lo que puede ser perjudicial, pero se acepta que el medio "invasor" prosiga su deterioro con los programas menos recomendables, aun con las personas más vulnerables de la familia.
Con ecos de una memorable frase del poeta latino Horacio, se diría que el público adulto aprecia lo que está mal, lo desaprueba y después deja ver lo peor. Esta conducta incoherente, muy generalizada en distintos países, muestra hasta qué punto la audiencia, seducida por el poder del medio televisivo convertido en hábito, cede a su influencia dominante.
Si se mira el problema del otro lado, se advierte que el objetivo principal de la televisión parece cifrarse en copar la atención del espectador, para lo cual la propia TV se constituye en el material central de los programas, lo que recuerda la frase del reconocido teórico de la comunicación Marshall Mc Luhan: "El medio es el mensaje". De este modo, la TV instala un vicio de circularidad en su funcionamiento, por lo cual vuelve reiteradamente sobre sí misma. Por ello no provee noticias, sino habladurías referidas a sus "famosos" o busca entretener a través de historias, a menudo fraguadas, de sus propios personajes y transforma, en fin, la vida real en un reality show de sí misma.
Se da, en consecuencia, un continuo juego de contradicciones de uno y otro lado. El medio tecnológico como tal es neutro, ni bueno ni malo, de manera que el beneficio o perjuicio que puede producir depende de quienes lo conducen, lo cual exige un firme sentido de la responsabilidad social para con el público.
En lo que concierne al espectador, tiene que aprender a sacudir sus hábitos y hacer sentir su juicio de valor a los canales por caminos directos: prender, cambiar, apagar. Y esto que vale para mirar televisión puede muy bien hacerse extensivo a muchos otros aspectos de la vida en sociedad, porque es tiempo ya de que los argentinos nos hagamos responsables de nuestras profundas contradicciones como ciudadanos y comencemos a comprometernos sin hipocresías con la realidad.
Editoral La Nación
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