- BRASIL, EJE SUDAMERICANO -
Brasil y el aislamiento argentino
En los últimos meses se ha verificado una serie muy elocuente de indicios que caracterizan a Brasil como un líder regional, condición que le es reconocida por un consenso internacional muy amplio. Observar el fenómeno y reflexionar sobre las razones que lo producen es un ejercicio muy saludable para la sociedad argentina. No sólo porque la vida del país está entrelazada con la brasileña en muchos órdenes, comenzando por el de pertenecer a un mismo bloque, el Mercosur. También porque en ese progreso de Brasil puede haber lecciones enriquecedoras para la Argentina.
Las declaraciones de líderes internacionales que destacan a ese país como el más relevante de la región son cada día más frecuentes, tanto en los Estados Unidos como en Europa. George W. Bush le ha dado un trato de privilegio a su colega Lula da Silva, invitándolo a su residencia de Camp David y visitándolo en San Pablo. Los funcionarios de más alto rango del gobierno norteamericano se expresan y conducen en esa línea de acción, es decir, reconociendo en Brasil a su aliado más importante en América del Sur.
La Unión Europea se mueve en el mismo sentido. A comienzos de este mes suscribió con Brasil un pacto de asociación estratégica que también destaca el interés de ese bloque por privilegiar el vínculo con el país vecino. En la Organización Mundial de Comercio o en el Grupo de los 20, el principal socio de la Argentina es reconocido como un actor global. Lo mismo ocurre en el Grupo de los 8, que invita a Brasil de manera sistemática a participar de sus reuniones junto con China, la India y Sudáfrica.
La inversión extranjera directa fluye hacia Brasil de modo llamativo: con más de 20.000 millones de dólares por año, es el tercer destino después de China e India. Al mismo tiempo, calificadoras de riesgo acaban de subir la valuación de su deuda pública al borde del estatus "investment grade" en virtud de su "prudente política macroeconómica y el crecimiento del ahorro doméstico". Después de México y Chile, Brasil sería el tercer país de América latina en alcanzar ese rango. En la práctica, sus empresas obtendrán financiamiento externo a tasas más bajas que las actuales y, en comparación con las argentinas, más convenientes.
Toda señal económica tiene un trasfondo político. En su segundo y último período presidencial, Lula no apuesta a la seducción, sino a la creatividad. Lo demuestra su agenda, enfocada en el futuro con planes para jóvenes y, sobre todo, con la posibilidad de que Brasil dé un salto cualitativo y cuantitativo con la producción de biocombustible, de común acuerdo con los Estados Unidos.
Se trata, en principio, de una forma de marcar distancia de Venezuela, quinto exportador mundial de petróleo, y del régimen de Hugo Chávez, enfrentado con el gobierno norteamericano. Esta circunstancia, vista desde el exterior, marca una distancia crucial entre Lula y su par Néstor Kirchner, más comprometido con Chávez por sus compras de bonos argentinos y otros favores, y más ensimismado en la pugna electoral casera, que hace que la política exterior argentina quede habitualmente supeditada a la mezquina búsqueda de réditos políticos domésticos.
Es cierto que la sociedad y el Estado brasileños tienen todavía un largo camino por recorrer hasta alcanzar niveles de modernización similares a los de los países avanzados. Basta conocer las razones del trágico accidente aéreo de San Pablo, ocurrido el martes último, para tomar nota de los bolsones de subdesarrollo, ineficiencia y corrupción que todavía se resisten a desaparecer en Brasil.
Sin embargo, hay muchos movimientos virtuosos de la vida pública brasileña que no pueden dejarse de lado al examinar ese fenómeno de reconocimiento externo. Son lecciones para los vecinos, especialmente para la Argentina.
Brasil reconoce un nivel de solidez institucional al que debe adjudicarse buena parte de su éxito. No sólo las instituciones del Estado -sobre todo la Justicia y el Congreso- tienen un dinamismo y una autonomía muy aceptables. El Banco Central es independiente del poder político y fija su estrategia de inflación con metas muy prudentes: para este año no será de más de 4,5 por ciento. La concentración de la renta, el eterno problema de la sociedad brasileña, registra una tendencia descendente en los últimos diez años. Las leyes garantizan niveles de tranparencia institucional dignos de elogios: por ejemplo, el hecho de que la organización de las elecciones no esté en manos del poder administrador, sino de un ramo de la Justicia abocada a esa tarea, y la prohibición constitucional de incluir en los cargos electivos a familiares del titular de un poder, sea federal, estadual o municipal.
Además, existe un entramado social, de empresarios, sindicatos y líderes de opinión de la sociedad civil, dotado de conciencia política y predispuesto a intervenir en la discusión de los problemas del país. Esa sociedad civil articulada, que exhibe una relativa autonomía respecto del Estado y su gobierno, es una de las vigas maestras de la solidez brasileña.
Estas condiciones hacen posible para el país hermano la formulación de un programa de largo plazo.
No hay desarrollo sin políticas de largo plazo y, a la vez, esas políticas son imposibles de formular sin un consenso mínimo en la sociedad. La dirigencia brasileña, sus gobiernos, rehúyen a hablar de supremacía. Los factores que estimulaban una competencia con la Argentina están muy atenuados. Pero es inocultable que Brasil ejerce, sin aspavientos, un liderazgo regional. Un liderazgo tácito que, en los últimos años, se ha afianzado ante la falta de una política exterior de nuestro país.
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