- GUGGENHEIM -
Catedrales del siglo XXI
Destino de los peregrinos culturales, el Guggenheim de Bilbao cumplió una década como modelo de exportación; el Prado se amplió y Nueva York estrena nuevo museo
Por Guisela Masarik
Para LA NACION
Cuenta la conocida anécdota del documental de Sidney Pollack (2005) que Frank Gehry, al entrar en el edificio ya terminado del Guggenheim, sólo acertó a exclamar: "¡Dios mío! ¿Cómo me permitieron hacer esto?". Por un instante, el arquitecto pareció dar la razón a quienes estaban en contra de instalar aquel museo hipermoderno y con forma delirante en medio de una ciudad industrial oscura y deprimida, que había apostado al arte contemporáneo para salir de la crisis.
Sin embargo, el Guggenheim de Bilbao ya estaba allí para quedarse, junto a la ría del Nervión, con su forma extraña, mezcla de buque encallado con flor de titanio, y no era hora de dudar sino de demostrar que no había sido baladí sortear tantos obstáculos como los que se presentaron desde los inicios de la idea. De creer en el milagro.
El milagro se hizo. Y superó las expectativas: en los diez años que cumplió en octubre último recibió más de 10 millones de visitantes -el 65%, extranjeros-, creó más de 4500 empleos, impulsó el turismo y reportó ganancias por unos 1500 millones de euros. Es el segundo museo más visitado de España, y hoy Bilbao ha resurgido: es parte del circuito artístico internacional; luce un puente de Santiago Calatrava y el subte de Norman Foster. Una verdadera avalancha llamada "efecto Guggenheim" que muchos países quieren imitar.
Le dicen "efecto Guggenheim" o "efecto Bilbao" al "poder transformador de una infraestructura cultural en el desarrollo de una ciudad a nivel económico, urbanístico, social y hasta psicológico", explicó a adn CULTURA el director general del museo, Juan Ignacio Vidarte, aunque insiste en que el Guggenheim no es el único artífice del cambio sino "un catalizador".
La clave, en efecto, "fueron el consenso y la habilidad para aunar muchas voluntades ", dijo. Al punto que lograron arrebatárselo a ciudades como Venecia y Salzburgo, donde la Fundación Solomon Guggenheim de Nueva York ya había posado sus ojos. "Aquélla fue una oportunidad histórica -recuerda- y nosotros fuimos los únicos con el terreno propicio". Traducido: por una vez, facciones políticas rivales dejaron de lado sus intereses para intentar sacar a la capital vasca de la marginalidad y el empobrecimiento en que se iba sumiendo. El municipio colaboró con un plan urbanístico acorde y desde Madrid le cedieron terrenos públicos necesarios para acabarlo.
Quizás esta confluencia les faltó a otros, por ejemplo, a Venecia, reflexiona Vidarte: "De estos proyectos pueden sacarse experiencias útiles, pero las condiciones son siempre diferentes".
Sin embargo, el efecto es lo suficientemente impactante como para que otros países quieran copiarlo: el Museo del Louvre planea un museo en Lens y otro en Abu Dhabi (Emiratos Arabes Unidos) y el Centro Pompidou lo proyecta en Metz, al tiempo que constantemente llegan al Guggenheim autoridades de ciudades de todo el mundo -entre ellas, de Buenos Aires- para aprender del modelo.
Eclecticismo
Al Guggenheim se le recrimina aún el arte que expone y la falta de una muestra permanente. Si en un principio se temió que con él llegaría la colonización artística, eso quedó respondido con 54 exposiciones en las que se demostró que sus paredes pueden encerrar de todo: Mark Rothko, Andy Warhol, Chillida; arte etnográfico africano y muestras de motocicletas o vestidos de Giorgio Armani. Por estos días expone muestras tan eclécticas como Chacun a son goût , de 12 autores vascos, y Art in the USA: 300 años de Innovación . Además, para celebrar la primera década, Daniel Buren intervino el Puente de La Salve con un arco de fórmica.
Entonces se reformuló la crítica: ¿allí, se expone de todo? "De ninguna manera -sonríe Vidarte-. Nuestra agenda está presidida por la calidad y la relevancia, pero no quiere decir que cualquier cosa encaje con el museo". Los ejes para decidir las exposiciones temporales son: "La obra integral de un artista, o un período concreto de la trayectoria de un autor -o estilo o colección o momento histórico-. El tercer criterio es presentar el arte sin restricción temporal, para acercar al visitante la idea de que es un flujo continuo, sólo dividido en capítulos para poder estudiarlo". Por ello se han mostrado ¡Rusia! Ocho siglos de arte y China: 5000 años , entre otras. "Y en 2009 -señala- tendremos arte argentino, con una exposición de Guillermo Kuitca."
-¿Por qué no hay muestras permanentes?
-Nuestro concepto de "permanente" no va unido al de "estática"; la realidad es que las colecciones de un museo a veces desbordan la capacidad física y nosotros hemos hecho del problema una virtud, y logrado ese dinamismo que hace cada año una colección diferente; vamos presentando de a poco la riqueza del fondo de nuestra colección y de las de los otros Guggenheim para que la visita sea siempre una experiencia única.
La frivolización
Y por último, mejor dicho ante todo, está la experiencia de ese edificio de 55 metros de alto, descripta por su propio folleto como "una serie de volúmenes interconectados, unos de forma ortognal (...) y otros curvados y retorcidos". Desde afuera fascina; desde adentro da vértigo y es imposible no observar la cara hechizada de quienes lo recorren.
Sobre esto también se ha opinado. En su libro El efecto Guggenheim. Del espacio basura al ornamento (Barcelona, Anagrama, 2007), el periodista vasco Iñaki Esteban critica la idea de "frivolización del arte", de edificios espectaculares rayanos en el parque temático, construidos para generar efectos extraculturales y donde "la contemplación del arte pierde su anclaje" y todo se convierte en moda.
Al parecer, hace 15 años el ambiente de ese barrio era lo más parecido al del Riachuelo de la Boca; hoy la zona es una belleza. Pero, ¿se va allí realmente por el arte? "En cuanto al edificio, juega un papel importante pero no es lo único; no hay edificio en el mundo al que se visite 10 millones de veces", rebate Vidarte.
"Y lo del parque temático -se enoja- es casi un insulto: un parque es una infraestructura de ocio que busca la diversión, mientras que el museo es un complejo cultural. El único punto de conexión es que la gente lo disfruta durante sus ratos de ocio. El Guggenheim busca educar y acercar la cultura plástica a nuestros visitantes; ésa es la misión número uno, y si no la cumpliéramos bien, todas las demás irían cayendo como un dominó."
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