- RIOPLATENSES -
Argentinos y uruguayos le deben un gesto al rey
El rey Juan Carlos está atravesando en España un complicado momento político, atenazado por la impugnación de sectores ultranacionalistas y también de grupos de ultraderecha. El monarca ha dejado trascender en días recientes que lo incomodan más estos últimos que las obvias objeciones del rancio nacionalismo. Pasado mañana, en Santiago de Chile, argentinos y uruguayos tendrán la oportunidad de hacerse un favor entre ellos y de hacerle un favor político y oportuno al popular rey español.
Entre el jueves y el sábado se hará en Santiago la reunión anual que congrega a los líderes latinoamericanos y a los gobiernos de España y de Portugal. Hace un año, en Montevideo, Néstor Kirchner le golpeó las puertas al rey para pedirle que oficiara una gestión conciliadora entre la Argentina y Uruguay por el diferendo sobre las fábricas de pasta de celulosa que proyectaban instalarse en la orilla oriental del río Uruguay. El rey aceptó en el acto una gestión que cualquier otro hubiera puesto más esfuerzos en evitar.
En el último año han pasado muchas cosas (entre ellas, la relocalización de la española ENCE), pero lo cierto es que las reservadas negociaciones tomaron un nuevo impulso después de la reunión de altos funcionarios argentinos y uruguayos en Nueva York, en septiembre último, convocados por el enviado real, José Antonio Yañez. En rigor, las negociaciones habían comenzado a destrabarse en un encuentro más reservado aún entre argentinos y uruguayos, a fines de agosto, en la residencia presidencial uruguaya de Anchorena, en Colonia.
Esas negociaciones dejaron algunos progresos significativos. El gobierno argentino aceptó la presencia de la empresa finlandesa Botnia en Fray Bentos, porque entendió que su relocalización es imposible cuando la inversión está totalmente hecha. También estuvo de acuerdo en poner en marcha un mecanismo de monitoreo de la fábrica de celulosa. La novedad no dicha es que el monitoreo podría ser conjunto de los dos países o ambas naciones podrían elegir a un tercero confiable para hacerlo, ya sea un país o una institución internacional. Esto es lo nuevo.
El criterio del gobierno argentino no careció de sagacidad: ¿qué pasaría si la Corte Internacional de La Haya fallara permitiendo la continuidad de Botnia, algo muy posible por otro lado?, se preguntó. La Argentina, se respondió, quedaría en tal caso sin ley y sin monitoreo a su favor.
Nunca, en ningún plan, figuró el abandono del planteo jurídico ante La Haya por parte de la Argentina. La idea que predominó era, en cambio, no cruzarse de brazos a la espera de esa resolución que podría demorarse entre seis meses y un año. A su vez, el gobierno de Uruguay aceptó, de hecho, una negociación cuando había dicho que jamás lo haría con los puentes cortados.
El presidente Tabaré Vázquez hizo una distinción puramente retórica entre "diálogo" y "negociación". El propio Kirchner no quiso aparecer negociando en medio de la campaña electoral, con los asambleístas de Gualeguaychú pisándole los talones, y guardó silencio hasta en las reuniones más íntimas. "No quiero hablar de eso ahora", respondió todas las veces que alguien le sacó el tema en el último mes. Digan lo que digan, los dos han estado negociando.
El clima se enrareció, sin embargo, en los últimos días. Primero, un ministro interino uruguayo de Medio Ambiente informó que la autorización a Botnia para que comenzara a trabajar sería otorgada antes de las elecciones argentinas. Los hechos lo rectificaron. Luego, el titular de esa cartera, Mariano Arana, informó que Botnia estaba en condiciones de comenzar. Habían pasado sólo tres días de las elecciones argentinas y, desde ya, no había sucedido la reunión cimera de Santiago. Intervino el gobierno de Madrid, y Uruguay se rectificó. Consumada ya la rectificación, el canciller argentino, Jorge Taiana, usó palabras diplomáticas muy duras ("es una provocación", dijo) para calificar lo que ya había dejado de existir. ¿Por qué? ¿Para qué?
La diplomacia es incompatible con los micrófonos. O los gobiernos negocian o hablan en público. Arana y Taiana olvidaron ese principio básico de una negociación internacional. ¿Debe el gobierno español estar apagando una fogata todos los días? En síntesis, ¿quieren argentinos y uruguayos arreglar sus problemas o sólo aspiran a hablarle a la tribuna interna de cada país?
Todavía quedan algunos asuntos que deberán ser resueltos. Uno: la Argentina necesita tomar recaudos jurídicos en cualquier cosa que firme, aun sobre el monitoreo, para no perder solvencia en su posición ante La Haya. La pulcritud de la escritura y la ley dejan mucho margen para hacer esas salvedades.
Otra: deberá encontrarse una manera de resolver el conflicto de los puentes cortados, ahora que una encuesta del gobierno entrerriano señaló que cerca del 70 por ciento de la sociedad de Gualeguaychú está en contra de los cortes. Es una cifra parecida al porcentaje de votos que sacaron juntos en Gualeguaychú Cristina Kirchner, Elisa Carrió y Roberto Lavagna. Los tres fueron duramente criticados por los asambleístas durante la campaña.
El gobierno español aspiraba a una solución plasmada en la reunión de Santiago. No será posible, pero sería factible que los gestos personales de Kirchner y de Tabaré marcaran en Chile un clima propicio para un acuerdo. El 10 de diciembre, en Buenos Aires, cuando asuma la presidenta electa, Cristina Kirchner y Tabaré Vázquez podrían firmar una hoja de ruta para el futuro de la relación histórica y estratégica de la Argentina y Uruguay. Ese papel debería incluir algunos párrafos sobre la fábrica de celulosa de Fray Bentos y sobre el futuro uso del río Uruguay.
En los últimos días, algunos latinoamericanos ilustres, como el ex presidente uruguayo Julio María Sanguinetti y Enrique Iglesias, secretario ejecutivo de la Cumbre Iberoamericana y con su corazón partido entre Uruguay y la Argentina, escribieron artículos en los que ponderaron el papel del rey Juan Carlos en el proceso de democratización de América latina.
Ese papel está más allá de las dudas: el rey fue un emblema de los años 80 porque él había conducido también una exitosa transición entre una dictadura y una democracia moderna. El rey fue también, en el caso argentino, uno de los pocos líderes del mundo que pidieron por la Argentina ante dirigentes y organismos internacionales durante la gran crisis de principios de siglo.
Argentinos y uruguayos tienen ahora la oportunidad de demostrar que el rey no es sólo una autoridad constitucional de España, cuyo papel se encuentra por encima de las facciones políticas, sino también una autoridad moral en América latina. Aquí está, de igual modo, por encima de las fugaces parcialidades. El favor que pueden hacer no es personal y ni siquiera atañe a España. Consiste sólo en la imprescindible reconciliación de dos hermanos. Pero podrían perjudicar demasiado al rey si la noticia fuera la de un fracaso. Ambos, en cambio, podrían ayudar al monarca a superar las dificultades que lo acosan en su crispado reino.
Por Joaquín Morales Solá
Para LA NACION
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