- NUESTRO ROMPEHIELOS -
El Irízar y su comandante
Se puede decir que todos los marinos conocen el dicho de que el comandante de una nave debe hundirse junto con ella. Pero es mucho más difícil encontrar alguno que lo haya leído en algún reglamento o referencia histórica. Esa tradición o ley no escrita define una actitud, el coraje y la entrega personal ante un hecho propio de la profesión naval y de allí la honra que subraya la decisión del comandante del rompehielos de nuestra armada Almirante Irízar, capitán de fragata Guillermo Alejandro Nelson Tarapow.
La enseñanza en los institutos militares de la Nación trata de transmitirles a los futuros oficiales compromisos éticos en los cuales la responsabilidad ocupa un lugar de privilegio. Al comandante de una unidad naval se le entrega un patrimonio del Estado para que lo cuide como a su propia vida y él debe estar convencido de ello.
En esta sociedad global, más desencantada y alejada de valores como la integridad, el temperamento, el coraje y la modestia, y más cercana al beneficio personal y la imagen pública, la conducta del comandante puede aparecer como digna de destacar por su ejemplaridad. Sin embargo, esa firme actitud es parte de la vida por él elegida y la enseñanza impartida y recibida.
El comandante del Irízar apreció los riesgos de la emergencia que le tocaba vivir y determinó que la permanencia del personal a bordo podía ocasionar lesiones y víctimas, y no tuvo dudas, ordenó que todos, salvo él mismo, abandonasen la nave. Consideró su situación personal e infirió, sin duda, que era quien estaba en mejores condiciones para permanecer a bordo y dirigir o asesorar las futuras operaciones de rescate de la unidad. Decidió arriesgar su vida para salvar su buque, no precisamente para hundirse con él, pero también aceptando esa probabilidad.
Los medios de prensa y audiovisuales le dieron extensos espacios a esa decisión del capitán de fragata Tarapow. Algunos hasta se remitieron al pasado, a los fenicios, para encontrar la famosa y conocida versión de la obligación del comandante de hundirse con su unidad si ése fuera su destino. Otros recordaron que incluso la Armada Argentina tenía escrito en los puentes de comando de sus naves: "Irse a pique antes que arriar el pabellón", pero ese concepto, cabe aclararlo, lleva implícita la determinación de no rendirse al enemigo antes que la de hundirse con el buque frente a una circunstancia insuperable.
El Irízar, único rompehielos de la Armada, el buque que comanda el capitán de fragata Tarapow, mereció ese gesto de no abandonarlo. Eso le habían enseñado e hizo honor a tal enseñanza.
La misión fundamental de ese emblemático buque es el reaprovisionamiento de las bases, destacamentos o refugios ubicados en los archipiélagos Shetland y Orcadas en el norte de la península antártica y en el mar de Weddell. El Irízar no sólo transporta a personal de nuestras tres fuerzas armadas, sino que también conduce científicos en sus travesías por el continente blanco para realizar estudios e investigaciones en las aguas más australes del mundo. De hecho, el buque posee en su interior laboratorios e instrumental para concretar trabajos sobre temas de biología, oceanografía y climatología, entre otras especialidades.
Es de desear que las tareas de rescate del Almirante Irízar concluyan felizmente, de manera de que, una vez en puerto, tenga la posibilidad de ser debidamente reparado. Y es de esperar que así como no fue abandonado por su comandante, tampoco lo sea por quienes tienen la facultad, la decisión y los medios para ponerlo nuevamente en condiciones de navegar y así seguir preservando nuestro valiosísimo patrimonio antártico.
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