- IDEOLOGIAS -
La izquierda, la derecha y los indigentes
Por Carlos Escudé
Para LA NACION
Durante una reciente aparición televisiva en que tuve el privilegio de departir con el caudillo piquetero Luis D´ Elía, aclaré que me ubico a su izquierda. La razón es simple. Casi por definición, un occidental está a la izquierda de la teocracia iraní y sus aliados (uno de los cuales es D´ Elía).
El régimen persa representa el más jerárquico de los órdenes imaginables: su texto sagrado e increado, el Corán, es el fundamento de una ley en que los islámicos rigen sobre los infieles y los varones sobre las mujeres.
La suya es una derecha extrema en estado puro, cuya escala de valores se asemeja a la de Felipe II. Es reconocible como tal porque las jerarquías, que tienden a acentuar el orden vigente, suelen ser más valoradas por las derechas que por las izquierdas, que se inclinan por concepciones más igualitarias.
Por cierto, la verdadera derecha y la izquierda auténtica no se diferencian por sus valores sino por el ordenamiento de los mismos. Ambas son respetables, ya que sus diferencias reflejan el arcoiris de las sensibilidades humanas.
Después de todo, ¿qué es la izquierda sino un programa y una sensibilidad política anclados en una escala de valores compleja, donde el igualitarismo y la equidad tienen primacía, aunque sin menoscabo de otros valores importantes como la seguridad y la libertad? ¿Qué es la derecha sino una sensibilidad y un programa basados en una matriz similarmente compleja, en que el predominio corresponde a la seguridad y el orden público, pero sin menoscabo de la equidad y la libertad?
Entre ellas, hay una derecha liberal e izquierdas de mil matices. Todas estas etiquetas son relativas: se está a la izquierda o a la derecha de otra opción de diferentes tonalidades.
Sin embargo, en nuestro medio la izquierda, y su contraparte de "centro" (eufemismo con que la derecha autóctona se enmascara) se han convertido en banderías que nada representan excepto proyectos de poder.
Desde la derecha está mal visto que se reconozca mérito alguno a un gobierno tildado de izquierdista. Similarmente, desde la izquierda y centroizquierda toda asociación con la década de los 90 se estigmatiza, a no ser que el protagonista haya sido uno de los suyos, en cuyo caso se disimula.
Por cierto, el "progresismo" se empeña en no reconocer que la tragedia argentina, que condenó a la marginación a la mitad de la gente de un país que alguna vez fuera tierra de promisión, no fue el producto exclusivo de las abominaciones de militares y menemistas: se consumó a lo largo de más de treinta años, con los fracasos culposos de gobiernos constitucionales y militares, peronistas y radicales. Hasta el centroizquierdista Frepaso fue corresponsable de los procesos que concentraron ingresos y engendraron pobreza: recuérdese por caso la ley laboral neoliberal del gobierno de la Alianza y los sobornos a los que aparentemente apeló para sancionarla.
En forma especular, la oposición de centroderecha se atraganta con los éxitos del gobierno actual. Desde tiempos de Eduardo Duhalde ha venido anunciando una inminente catástrofe hiperinflacionaria. El hasta ahora fallido pronóstico siembra la sospecha de que tal desenlace es su deseo. Parece no comprender que la única manera de sacar de pobres a los pobres sin acudir a recetas "de izquierda", es manteniendo el crecimiento actual y un ascendente nivel de inversión, que ya es el más alto de los últimos veintiséis años.
El círculo vicioso es esperable, porque en nuestra cultura, lo que cuenta y se avalora no es lo verdadero sino a quién le sirve. Las verdades se callan y niegan sistemáticamente si son útiles para el bando opuesto. Así se degrada la calidad moral e intelectual de nuestras vidas. Cunde un desprecio nunca reconocido por los imperativos categóricos, que son tenidos por patrimonio de necios y quijotes. En este juego de suma cero en que cualquier logro de la facción rival es computado como una pérdida propia, tanto la izquierda como la derecha se subvierten y desdibujan.
Por cierto, hay pocas cosas tan infames como ese fenómeno típicamente nuestro, por el que los principales partidos políticos se convirtieron en organizaciones donde conviven tendencias ideológicas opuestas que comparten el objetivo meramente instrumental de tomar el poder. Justicialismo y radicalismo fueron y son grandes bolsas de gatos como Boca y River. Sólo representan las ambiciones de sus dirigencias. Son la antítesis del socialismo chileno, el gaullismo francés, el conservadurismo británico, el liberalismo alemán y el islamismo de los iraníes.
En un contexto como el nuestro no existen izquierda ni derecha. Imperan tan solo la lucha sórdida, la corrupción y la mentira. Sólo retienen autoridad moral las reivindicaciones de los indigentes, porque más allá de vicios y errores propios, son las víctimas absolutas de nuestras bajezas.
De allí mi respeto por sus dirigentes. Me saco el sombrero.
El autor es director del Centro de Estudios Internacionales de la Universidad del CEMA.
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