- DESCONFIANZA -
Indices que ya no son confiables
Previsibilidad, credibilidad y transparencia son tres pilares fundamentales en los que debe sostenerse cualquier política pública para ganarse el respeto y la consideración del público y los mercados. Esos tres elementos resultan afectados, de algún modo u otro, por el manejo que está haciendo el gobierno nacional de las estadísticas elaboradas por el Instituto de Estadística y Censos (Indec) que miden la coyuntura económica: han dejado de ser transparentes, ya no son creíbles y su manipulación es previsible.
El Indec -virtualmente intervenido desde febrero último- corrigió el índice que mide la evolución de la canasta básica difundido la semana pasada, que de un aumento del 3,6 por ciento cayó al 0,2 por ciento. Ese ajuste, en años anteriores habría originado algún tipo de suspicacia, pero en el actual escenario confirma los peores pronósticos de que los cambios en el organismo oficial tenían como objetivo allanar el camino para el manejo discrecional de las estadísticas cuando éstas pudieran ser adversas a los intereses políticos de la administración nacional.
El dato sobre la evolución de la canasta básica es clave para calcular el porcentaje de hogares indigentes que tiene la Argentina, al determinar el nivel de ingresos que necesita una familia tipo (dos adultos y dos menores) para poder alimentarse un mes. Y también es una referencia obligada en las discusiones salariales. De acuerdo con las estimaciones privadas, por cada punto porcentual que aumenta el índice que mide ese conjunto de bienes, unas 100 mil personas caen por debajo de la línea de indigencia y pobreza.
Si el contexto no fuera el actual, de sospechas y acusaciones de intervención y manipulación de los datos oficiales, una baja de esas características hubiera sido celebrado como un avance por el alivio que significaría para amplios sectores de la sociedad.
La difusión del informe oficial del índice de inflación de marzo -0,8 por ciento-, incluyó el dato del fuerte aumento del valor de la canasta alimentaria, el mayor desde septiembre de 2002. Ese salto se produjo a pesar de los férreos controles de precios dispuestos por la Secretaría de Comercio Interior comandada por Guillermo Moreno y pareció acercarse a la realidad que los argentinos perciben cada vez que van a un supermercado o a un comercio de barrio para adquirir lo necesario para alimentarse.
Pero ¿cuál de los dos índices es el correcto: el difundido el miércoles de la semana última o el corregido siete días después, con una variación digna de asombro y sospecha fundada?
A fines de 2005, los precios de los alimentos habían comenzado una carrera ascendente que los ubicaban por encima de la inflación, cuestión que desvela al gobierno y lo impulsa a adoptar medidas intervencionistas, cuyos resultados terminan siendo más perjudiciales que beneficiosos para la población. Al control de precios se le sumó la manipulación de los índices, un peligroso camino que destruye el prestigio ganado por el Indec y hace que sus estadísticas comiencen a ser miradas con desconfianza.
Con los controles de precios, las autoridades nacionales cometen el error de atacar las consecuencias y no las causas reales de la inflación, y con los cambios sufridos por el Indec se corre el riesgo de pretender manipular el termómetro antes que bajar la fiebre.
En esta columna editorial nos preguntábamos en febrero último, cuando fueron removidos los funcionarios técnicos del Indec y el organismo fue virtualmente intervenido, qué pasaría cuando se dieran a conocer otros datos mucho más delicados, como el índice de pobreza, si con la difusión del índice de inflación ya se había tejido un manto de sospecha sobre su veracidad. Lamentablemente, esos temores hoy se acrecientan.
Al perderse la credibilidad sobre las cifras publicadas, queda al arbitrio de la imaginación de cada persona el verdadero nivel de la inflación o de la canasta de alimentos, daño que llevará mucho tiempo reparar y que afecta al clima de confianza que la Argentina necesita para consolidar su crecimiento.
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