- DÍA DE BUENOS AIRES -
Buenos Aires en su día: 11 de Junio
La Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires creó el Día de la Ciudad: el 11 de junio, fecha en la que Juan de Garay (1528-1583), que en el año 1580 fundara por segunda vez el Puerto de la Santísima Trinidad de Santa María de los Buenos Ayres, algo más al norte del lugar elegido en la frustrada primera fundación, en 1536 por Pedro de Mendoza (la primera se hizo en lo que es el actual Parque Lezama, esquina de Brasil y Defensa, y la segunda en lo que hoy es la histórica Plaza de Mayo.
El 17 de octubre de ese año, fueron asignados los ejidos a los nuevos pobladores de la ciudad, cuya planilla cubría 250 manzanas (40 para viviendas y el resto para huertas), de 140 varas por lado cada una, y separadas por calles de 11 varas de ancho.
Simplemente recordar a los vecinos porteños y a los conciudadanos todos, del cumpleaños oficial de la Ciudad, que para unos cumple 470 años y para otros tan solo 426.
Como la inmortalizara Borges en su:
"Fundación mítica de Buenos Aires"
¿Y fue por este río de sueñera y de barro
que las proas vinieron a fundarme la patria?
Irían a los tumbos los barquitos pintados
entre los camalotes de la corriente zaina.
Pensando bien la cosa, supondremos que el río
era azulejo entonces como oriundo del cielo
con su estrellita roja para marcar el sitio
en que ayunó Juan Díaz y los indios comieron.
Lo cierto es que mil hombres y otros mil arribaron
por un mar que tenía cinco lunas de anchura
y aún estaba poblado de sirenas y endriagos
y de piedras imanes que enloquecen la brújula.
Prendieron unos ranchos trémulos en la costa,
durmieron extrañados. Dicen que en el Riachuelo,
pero son embelecos fraguados en la Boca.
Fue una manzana entera y en mi barrio: en Palermo.
Una manzana entera pero en mitá del campo
expuesta a las auroras y lluvias y suestadas.
La manzana pareja que persiste en mi barrio:
Guatemala, Serrano, Paraguay, Gurruchaga.
Un almacén rosado como revés de naipe
brilló y en la trastienda conversaron un truco;
el almacén rosado floreció en un compadre,
ya patrón de la esquina, ya resentido y duro.
El primer organito salvaba el horizonte
con su achacoso porte, su habanera y su gringo.
El corralón seguro ya opinaba Yrigoyen,
algún piano mandaba tangos de Saborido.
Una cigarrería sahumó como una rosa el desierto.
La tarde se había ahondado en ayeres,
los hombres compartieron un pasado ilusorio.
Sólo faltó una cosa: la vereda de enfrente.
A mí se me hace cuento que empezó Buenos Aires:
La juzgo tan eterna como el agua y el aire.
Jorge Luis Borges
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