- CINE NUESTRO -
¿Cuál cine argentino?
Por Manuel Antín
Para LA NACION
Aquel que confunde el cielo con la tierra es porque se ha dormido en clase de geografía, nos previene Jerzy Stanislaw Lec, escéptico poeta polaco que vivió entre 1909 y 1966 y que nos dejó como legado una lúcida colección de advertencias similares. El pensamiento me sobreviene mientras asisto casi diariamente a una discusión polarizada, tan inútil como ambigua, que pretende aproximarse a una verdad única y definitiva: el cine como entretenimiento, el cine como expresión, el cine industrial, el cine de autor, la vieja generación, la nueva, la política cinematográfica, el público, los intereses, los traspiés, los éxitos, lo popular, lo intelectual, en fin, etc. Ultimamente hasta he leído cómo se alababa y se denostaba en partes casi equivalentes a Ingmar Bergman y a Michelangelo Antonioni en ocasión de sus muertes. Tal es la audacia de quienes creen poseer la exclusividad de la verdad más allá de la verdad misma. No hay límites para la contradicción.
En uno y en otro lado, como suele suceder, confrontan mentes estimables, sólo que embanderadas en apartados distintos. Sobre esto vengo escuchando argumentos dispares y contradictorios desde hace más de cuarenta años, y siempre se concluye poniendo de juez al público. Craso error. Si el público fuera juez (y no testigo o destinatario, como en realidad es), la historia del arte sería un libro con todas sus páginas en blanco. O no existirían en la historia del arte artistas inmortales, muchas veces construidos sobre fracasos estruendosos. Me vienen a la memoria, a modo de ejemplo, el estreno de Hernani , la obra de Victor Hugo que inauguró toda una época del teatro universal, y que en la noche del estreno fue vilipendiada.
Y el caso también célebre de George Bizet (o Alexandre César Léopold, su verdadero nombre), ese músico inmortal a quien le debemos la ópera Carmen , basada en la novela de Prosper Merimée, recibida con indiferencia en París en su función inicial, pero que, sin embargo, es hoy una de las que más asiduamente se programan en todos los escenarios del mundo, además de ser la más notoria de sus óperas. La extraordinaria frialdad con que el público recibió la obra entristeció de tal manera a Bizet que, según sus biógrafos, a ello debe atribuirse su prematura muerte, ocurrida pocos meses después de estrenarla. Los ejemplos podrían ser más, no sólo en el mundo de la música, sino también en el de la literatura y la pintura.
Debe parecernos razonable que existan los éxitos y los fracasos y entender que unos y otros pueden ser fugaces o circunstanciales. No debemos valernos de ellos para denostar obras ni corrientes ni generaciones artísticas. Si no fuera así, éste no sería un mundo de humanos. La coexistencia de estos extremos es lo que hace de ésta una vida amena e interesante. Nada más aburrido y monótono que una población robotizada, de acciones previsibles y exactas. Felizmente, no es el nuestro el mundo del dos más dos cuatro, aunque en algunos aspectos efectivamente lo sea.
Hace muy bien el Estado en proteger a sus artes para que ese lugar de todos para todos sea posible. En especial, en materia de cine, sin preconceptos, con amplitud y con generosidad ilimitada. El cine es una actividad plagada de exigencias para quienes pretenden materializarla. No basta con el lápiz y la resma de papel. Ni con la arcilla y los dedos. Ni con la tela y el pincel. En él conviven organizaciones superestatales que se autoprotegen con denuedo insospechable. El cine, por otra parte, es otra de las virtudes de los argentinos (admitamos que algunas tenemos)
Una actividad en nuestro país que tiene casi la misma edad del cine. Y que hemos desarrollado con vigor e inteligencia a lo largo del tiempo y contra todas las tempestades políticas y económicas imaginables, que no fueron pocas ni espaciadas. Continuemos polemizando. Nuevo cine argentino y viejo cine argentino, cine argentino en síntesis. Torre Nilsson y Tinayre y Demare y Trapero y Francella y El Rulo (Luis Margani). Y Martel y Lita Stantic y Patagonic y Mercano el marciano y El ratón Pérez . Y etc. etc. Las puertas de la ilusión deben permanecer siempre abiertas para todos. La verdad absoluta no existe. Quien crea tenerla se habrá dormido en clase de geografía.
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