- TURTULENCIA -
Turbaciones en el país feliz de Kirchner
Por Joaquín Morales Solá
La Nación - Opinión
La economía ha sufrido en los últimos días como nunca desde la recuperación de la gran crisis. Parte de la industria debió parar por falta de gas o de electricidad. Las restricciones para la producción aumentan con el correr de las horas. Algunas empresas comenzaron a suspender personal. La suspensión no incluye el pago de salarios. Edificios céntricos, donde están las oficinas de muchas compañías, se quedan sin electricidad a las 18 en punto. Es la hora en que comienza, justamente, la noche del invierno austral. Hasta las salas de cine se vieron obligadas a racionar electricidad.
Hay una sociedad que camina paralela a esas penurias de la economía. En los barrios elegantes se abren las ventanas para regular la calefacción. Los automóviles abarrotan las calles de Buenos Aires conducidos por una sola persona. Algunas casas y otros tantos edificios de viviendas parecen árboles de Navidad, encendidos por dentro y por fuera. ¿Por qué debería haber sacrificios? Los precios de los combustibles en la Argentina son abismalmente inferiores a los de América latina.
En el país feliz de Kirchner, en medio de un mundo con serias carencias de combustibles, una sola cosa arruina la sensación incierta de opulencia energética. Está en los barrios pobres y en el sufrido segundo cordón del conurbano, que consumen sólo gas en garrafa. Su precio está liberado y es extraordinariamente superior al del gas domiciliario. Los pobres terminan, así las cosas, subsidiando el consumo energético de las clases sociales más altas. El precio de esos servicios debió ser siempre selectivo, pero al revés: son los sectores pudientes los que tienen que pagar más que los pobres.
Falta de inversión. ¿Por qué no llega el gas domiciliario a esos barrios? Son las exclamaciones que surgen de voceros oficiales no bien se plantea aquella contradicción económica y social. Comienza el debate. La primera parte de esa discusión se refiere a si existe o no una situación de crisis energética en la Argentina. El Gobierno a veces masculla que sí la hay (el propio Kirchner lo aceptó en los últimos días), pero en el acto se rectifica. Se rectifica, sobre todo, en los hechos: no hace nada.
Una crisis expresa una situación excepcional que necesita de decisiones excepcionales. Brasil padeció una seria crisis energética en el año 2000. El entonces presidente Fernando Henrique Cardoso dispuso en el acto drásticas medidas, casi draconianas, para desalentar el consumo domiciliario y preservar el consumo industrial. Kirchner suele decir que ése no es un buen ejemplo: la vida política de Cardoso se terminó poco tiempo después. Kirchner siente que octubre está a la vuelta de la esquina y que otra ronda de poder los espera a él y a su esposa. El país debe, por lo tanto, seguir sintiendo la percepción de la felicidad. ¿A qué precio? ¿Por cuánto tiempo?
La economía ha crecido más del 48 por ciento en los últimos cinco años. El consumo de gas domiciliario, por ejemplo, se quintuplicó. También aumentaron las necesidades energéticas de la industria y de la producción agropecuaria. La producción energética, en cambio, casi no se ha movido. La inversión en exploración y explotación de petróleo y gas no fue suficiente.
El Gobierno maltrata a las empresas por la inversión escasa. Las empresas piden, sin pedirlo explícitamente, que el Gobierno termine con las excepcionalidades de la vieja crisis y construya otro marco regulatorio, con tarifas más parecidas a las vigentes en el mundo. El mundo está exhausto por el precio del petróleo y del gas, producidos en regiones muy inestables.
Kirchner se ocupó en los últimos días de golpear sobre las empresas que transportan el gas desde el sur y desde el norte del país. ¿Acaso no trasladan todo el gas que hay? Nadie sabe si el Presidente está mal informado o si decidió cambiar por su cuenta el ángulo de la discusión. En rigor, los actuales gasoductos -sin las ampliaciones cuestionadas por presuntos hechos de corrupción- llevan y traen menos gas que el que pueden transportar. No hay más gas que ése. Además, la Patagonia está seca y Salto Grande, también. No llueve y la nieve está intacta. El gas no es mucho y la electricidad retrocede.
El problema se reduce, en última instancia, a que la oferta y la demanda de gas y de electricidad corren parejas en momentos de cierta normalidad. Al Presidente le queda una única solución: decretar un estado permanente de primavera o de otoño en la Argentina. Un poco más de frío en el invierno o un poco más de calor en el verano hacen saltar la demanda por encima de la oferta.
El actual invierno tuvo ya una ola de frío polar y se aguardan otros fenómenos parecidos para los próximos dos o tres meses. Pero no es necesario llegar a esos fríos patagónicos para que el sistema tambalee. El sistema colapsa por mucho menos y el consumo industrial debe ser reducido para que la felicidad social no sucumba. En la medida en que se acerquen las elecciones, menos posibilidades habrá de que Kirchner sincere los impudores del sistema energético.
Una parte de la demanda eléctrica se solventa, relativamente, con la importación de fueloil que se le paga a Venezuela según los precios internacionales y que el Estado argentino subsidia luego con tarifas internas eufóricas de alegría. Podrá seguir haciéndolo mientras tenga superávit y éste no se destine para mejores causas. El problema es el gas. Para peor, Evo Morales, el amigo imprevisible de Kirchner, le quitó la mitad de las exportaciones de gas a la Argentina en el peor momento de la crisis local. En verdad, los amigos de tal linaje convierten en inservibles a los enemigos.
La Argentina tiene dos recursos comprobables para abastecerse de gas. Uno es Bolivia, precisamente, pero no se trata sólo de ampliar los gasoductos argentinos. Antes, las petroleras internacionales deberían hacer fuertes inversiones en el país de Evo para que exista el gas que transportarían los gasoductos locales. Las ambigüedades del presidente boliviano han acobardado ya cualquier proyecto de inversión a largo plazo.
El otro es el gas que existe en las reservas de Tierra del Fuego. Pero la ampliación de los gasoductos no es una obra simple, porque éstos deberán atravesar el estrecho de Magallanes. ¿Con qué dinero se financiarían? ¿Otra vez echarán mano a los cuestionados fideicomisos? ¿Qué empresas harán inversiones para que se derroche un recurso no renovable?
Este es otro aspecto del problema. El petróleo y el gas se terminarán algún día y nadie arriesga su capital para que otros sean felices mediante el despilfarro de cosas singularizadas por la finitud. Un debate sordo, seco, imperceptible existe entre el Presidente y los inversores. La única diferencia consiste en que aquél habla y éstos prefieren el silencio público.
La crisis energética, aceptémosla por su nombre, está ahuyentando otras inversiones, que necesitan que les garanticen el suministro de energía. Nadie garantiza eso en un país que ya tiene serios problemas con la inversión externa. ¿Quién se hará cargo de notificar a los argentinos de la crisis energética y de crear las condiciones para una mayor producción de combustibles? ¿Será Néstor o Cristina Kirchner? ¿O será un presidente de otro color político?
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