- G 8 -
El G-8 no
cumplió sus promesas
Por Jeffrey D. Sachs
Para LA NACION
NUEVA YORK
Las Metas del Milenio para el Desarrollo son las que ha acordado el mundo para reducir la pobreza, el hambre y las enfermedades. Establecidas en 2000, sus objetivos debían alcanzarse para 2015. Estamos a mitad de camino. Hasta ahora, pese a interminables declaraciones sobre aumentar la ayuda a los países pobres, las naciones ricas del Grupo de los Ocho no han cumplido la parte que les toca.
Aquí hay mucho cinismo. En la Cumbre del G-8 de 2005, en Gleneagles, los países miembros se comprometieron a duplicar su ayuda a Africa para 2010. Poco después, me invitaron a una pequeña reunión de alto nivel en la que se trataría el seguimiento. Pedí una planilla que indicara los incrementos programados, año por año, y su asignación (países donantes y receptores).
La respuesta que recibí me dejó helado: "No habrá planillas de seguimiento. Estados Unidos ha insistido en que se omitan". El mensaje era claro. El G-8 había hecho una promesa explícita, pero no había planificado en absoluto su cumplimiento. Más aún: había dado instrucciones precisas de no hacerlo.
Ahora, el G-8 cosecha los frutos de su inacción. En el año subsiguiente a la Cumbre de Gleneagles, las cifras de ayuda se rellenaron con cálculos engañosos sobre operaciones de cancelación de deudas. Con la mayoría de éstas casi concluidas, los datos actuales revelan la verdad desnuda: la ayuda para el desarrollo de Africa y, en un sentido más general, de los países pobres, permanece estancada, contrariamente a todo lo prometido.
Seré más específico. En 2005-2006, la ayuda total a Africa, excluidas las operaciones de cancelación de deudas, aumentó apenas un 2 por ciento. De hecho, según cifras oficiales para el mismo período, la asistencia neta (o sea, sin las operaciones de cancelación de deudas) a todos los países receptores declinó un 2 por ciento. Hasta el Banco Mundial, que suele adoptar el punto de vista de los donantes, admitió: "Las promesas de un aumento gradual de la ayuda no se han cumplido"... salvo en cuanto a cancelación de deudas.
Las reacciones en privado entre altos funcionarios del G-8 son sorprendentes. Uno me dijo que, de todos modos, las promesas de ayuda eran puras mentiras. Discrepo con su opinión, pero me alarma el cinismo que refleja. Muestra la naturaleza de los debates en los más altos niveles del G-8.
Todo esto parecería insuperable si la economía básica no fuera tan obvia. No hablamos de metas financieras inalcanzables. En verdad, la suma de dinero es minúscula. El G-8, que representa a casi 1000 millones de personas, ha prometido llevar la ayuda a Africa de los 25.000 millones de dólares de 2004 a 50.000 millones en 2010. ¡La diferencia representa menos del 0,10 por ciento de los ingresos de los opulentos países donantes!
Pongamos las cosas en perspectiva. Las bonificaciones pagadas por Wall Street para la Navidad de 2006 -sólo las bonificaciones- totalizaron 24.000 millones de dólares. En la guerra de Irak, que sólo produce violencia, se gastan más de 100.000 millones de dólares anuales. Por tanto, el G-8 podría cumplir sus compromisos, si a los países ricos les importara hacerlo.
Para poner a salvo su credibilidad, el G-8 tiene que dejar bien en claro -una vez más- que cumplirá su compromiso de elevar la ayuda a Africa a 50.000 millones de dólares para 2010. Así, los cínicos que hay dentro de los gobiernos que integran el G-8 podrán comprender sus obligaciones. Es más: a diferencia de 2005, el G-8 debe presentar un plan de acción. La falta de compromisos específicos contraídos por países específicos es una muestra escandalosa de pésimo gobierno.
Por último, los países receptores necesitan conocer las expectativas de incrementos anuales de la ayuda para poder trazar sus propios planes. Esa mayor ayuda debería destinarse a construir caminos, redes de electricidad, escuelas y hospitales, y a la capacitación de maestros, médicos y asistentes comunitarios de salud. Todas estas inversiones requieren programas y años de implementación. La ayuda no puede ser un acertijo. Debe prometerse en términos claros que abarquen un período de varios años. Así, los receptores podrán utilizarla con sensatez y rendir cuentas.
Reconozco que el problema del G-8 no se limita a su mala fe o falta de voluntad política: también cuenta su incompetencia básica. El gobierno de Estados Unidos no sabe realmente qué está haciendo en Africa porque, a lo largo del tiempo, su agencia de ayuda ha sido despojada de la mayoría de sus asesores y estrategas. Además, el gobierno de Bush politizó la prestación de ayuda derivándola a grupos religiosos privados que integran la coalición política oficialista. Por eso gran parte de la financiación norteamericana de la lucha contra el sida se atiene a los preceptos religiosos, más que a los científicos.
Por suerte, los pasos necesarios no son complicados. Los países africanos ya han identificado sus inversiones de alta prioridad en salud, educación, agricultura e infraestructura (caminos, energía, acceso a Internet). Dichas inversiones se podrían incrementar en forma sistemática de aquí a 2015, a fin de que esos países pudieran alcanzar las Metas del Milenio para el Desarrollo. Los planes ya están sobre la mesa o, al menos, guardados, en espera de los fondos del G-8.
Es hora de que los países ricos dejen de sermonear a los pobres y cumplan con la palabra empeñada. Los ciudadanos de los Estados del G-8 deben pedir cuentas a sus gobiernos por las promesas incumplidas.
(Traducción de Zoraida J. Valcárcel)
© Project Syndicate y LA NACION
El autor es profesor de Economía y director del Earth Institute, en la Universidad de Columbia.
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