De todas las diversas comunidades que comparten nuestro mundo, la que más dificultades tiene para adaptarse a los tiempos relativistas que corren es la conformada por los musulmanes que, a diferencia de tantos otros, siguen resistiéndose a abandonar su fe férrea en las verdades absolutas de su credo. Puede que, como muchos nos aseguran, sólo sea cuestión de la actitud desafiante de una minoría de "fundamentalistas" reacios a entender los beneficios que trae el progreso material, pero si la historia nos ha enseñado algo, esto es que extremistas resueltos son más que capaces de apoderarse de países enteros, barriendo a los moderados, para entonces provocar una serie de guerras cataclísmicas.
Desde 1979, año del regreso triunfal del ayatolá Jomeini, las ondas de choque que fueron desencadenadas por la revolución islámica iraní están expandiéndose por el planeta entero, alcanzando lugares tan lejanos del epicentro como Buenos Aires pero golpeando con más fuerza a los países del Medio Oriente árabe en los que durante siglos los chiítas correligionarios de los ayatolás se han visto reprimidos por los sunnitas que, por su parte, también han dado luz a movimientos revolucionarios similares, como el liderado por el Osama Bin Laden y el impulsado por sus compatriotas y enemigos mortales de la casa real saudita. Los conflictos religiosos resultantes, más los aportes de distintas variantes del rencoroso nacionalismo árabe, la lucha por afirmarse de una multitud de minorías étnicas, de las que la más importante es la kurda, y el atraso económico cada vez más penoso hacen del mundo islámico un volcán en erupción continua que no sólo lleva todos los años la muerte a muchos miles de musulmanes sino que también amenaza a los demás.
Por lo pronto el país más amenazado es, cuando no, Israel. El presidente iraní Mahmud Ahmadinejad quiere borrarlo de la faz de la Tierra y está en vías de dotarse de las armas nucleares que le permitirían hacerlo sin que los norteamericanos y los europeos hayan logrado persuadirlo que a menos que desista las consecuencias para su país podrían ser apocalípticas. Mientras tanto, Ahmadinejad emplea para hostigar a Israel -y para distraer la atención de la llamada comunidad internacional de su programa nuclear- a la milicia chiíta Hezbolá, "el Partido de Dios", que está apadrinada por Irán que le ha enviado más de doce mil cohetes y otros mísiles, dinero y combatientes. Puesto que Hezbolá se ha hecho más fuerte que el ejército libanés que, de todos modos, tiene muchos integrantes chiítas, los israelíes creen no tener más opción que encargarse de la tarea de desarmarlo y empujarlo más lejos de sus propias fronteras, de ahí la guerra por ahora limitada que están librando en el Líbano, pero muchos ya se han dado cuenta de que no les será dado anotarse otro triunfo aplastante.
Mal que les pese a los israelíes, Hezbolá es una fuerza mucho más combativa de lo que resultaron ser los ejércitos regulares de países como Egipto y su táctica de usar a civiles como escudos humanos significa que es inevitable que se produzcan desastres como el de Caná en que, se dice, murieron más de sesenta mujeres y niños. Aunque se haya tratado de una trampa tendida por Hezbolá o incluso, como sospechan algunos, de un simulacro armado ya que el edificio en que se ocultaban las víctimas se derrumbó horas después del ataque aéreo, no cabe duda de que los más perjudicados por el episodio fueron los israelíes que son juzgados según las severas pautas actuales occidentales, no por las imperantes en su propio vecindario. En cambio, los de Hezbolá no tienen por qué preocuparse ni por la vida propia ni por la ajena. Si uno de sus cohetes matara a centenares de civiles israelíes, festejarían la proeza porque desde su punto de vista todos, tanto los musulmanes como los judíos, son combatientes en una guerra santa.
El odio hacia Israel que profesan tantos musulmanes no está exento de antisemitismo o, si se prefiere ya que el árabe también es un idioma semítico, de judeofobia. El jefe de Hezbolá, Hassan Nasrallah, no trata de disimularlo: en una ocasión dijo que sería bueno que todos los judíos se congregaran en Israel porque a sus hombres les ahorraría la necesidad de cazarlos en el resto del mundo.
En todos los países musulmanes, se difunde de modo incesante propaganda antijudía virulenta calcada de la nazi o rusa, además de la originada en el islam mismo cuyas tradiciones en esta materia son similares. Por supuesto, el que los descendientes de los "cerdos y monos" fustigados por negarse a dejarse convertir por la prédica de Mahoma se las hayan arreglado para transformarse en guerreros formidables es un agravio intolerable más para quienes se sienten muy orgullosos de las conquistas de los soldados de Alá. Por ser el islam una religión bélica si las hay -el profeta mismo fue un comandante espectacularmente exitoso-, la humillación causada por los repetidos triunfos israelíes en el campo de batalla no pudo ser más dolorosa.
Israel es el único país que está rodeado por enemigos que quieren verlo aniquilado por completo. También es el único que fue creado por un pueblo que sabe muy bien lo que es una "solución final" de la clase propuesta por Irán, Hezbolá, Hamas y una proporción nada desdeñable de los más de 1.200 millones de musulmanes del mundo. Para sobrevivir, depende de su supremacía militar, pero año a año se reduce su superioridad sobre los decididos a destruirlo. Los israelíes saben que no pueden conformarse con un empate seguido por negociaciones en el que ambos bandos hagan concesiones porque a sus enemigos jurados no les interesa un desenlace pacífico mutuamente aceptable. Los quieren muertos o, cuando menos, expulsados de una tierra que a su juicio es una parte inenajenable del mundo islámico. Y sospechan que de sucederle una nueva catástrofe al pueblo judío, una vez más el resto del género humano le daría la espalda. Es por eso que rehusan dejarse impresionar por las súplicas europeas de que cesen ya el fuego: a menos que antes logren terminar con Hezbolá, Nasrullah se proclamaría victorioso, sería tratado como un héroe invencible por los árabes y en seguida sus huestes se prepararían para la próxima guerra.
Es posible que los israelíes que se creen abandonados a su suerte por un mundo indiferente al destino de los judíos se hayan equivocado. Después de todo, disfrutan del respaldo firme de la superpotencia reinante, los Estados Unidos y, si bien de forma vacilante, de los gobiernos de países como Alemania y el Reino Unido. Pero es comprensible que pocos israelíes confíen demasiado en la eventual solidaridad de Occidente donde facciones izquierdistas hostiles al statu quo se han aliado con islamistas militantes y aprovechan toda oportunidad para deslegitimar el Estado Judío, tratándolo como un injerto colonialista y racista que no debería existir. Asimismo, son conscientes de que el antisemitismo está recobrando fuerza en Europa y que son cada vez más los que quieren convencerse de que si no fuera por Israel los musulmanes convivirían en armonía con los de otros credos o de ninguno.
Es una ilusión. Además de la jihad que están librando contra Israel, están en marcha otras contra los hindúes en Cachemir, contra los rusos en Chechenia y una, menor por cierto, contra todos los pueblos occidentales, comenzando con el estadounidense porque constituye el obstáculo más poderoso en su camino: la consigna favorita de Hezbolá es "¡Muerte a América! De caer Israel, luego de celebrar una victoria épica sobre los infieles "cruzados y sionistas", los jihadistas, con el apoyo fervoroso de más millones de musulmanes, redoblarían sus ataques en otros frentes en pos del gran sueño de un mundo entero sometido a los dictados de Alá. Tamaña ambición puede parecer absurda, pero no lo es más que las de los comunistas, de los nazis o de los imperialistas japoneses.
En una lucha a muerte entre quienes creen con intensidad en algo y los que en el fondo no creen mucho en nada, los primeros llevarán las de ganar. Puede entenderse, pues, la confianza que sienten los islamistas cuando observan lo que está sucediendo en el mundo: por un lado, están los fieles que sin pensarlo dos veces se sacrificarán en aras de la causa; por el otro, está el occidente de inclinaciones pacifistas, adicto a la autocrítica y la denigración de sus propias tradiciones, que frente a un nuevo conflicto en el crónicamente convulsionado Medio Oriente siempre propende a darles el beneficio de toda duda concebible.
Asimismo, la demografía juega en su favor: las comunidades musulmanas establecidas en Europa ya cuentan con más de veinte, acaso treinta, millones de integrantes y siguen creciendo con rapidez pero los poscristianos ni siquiera se reproducen, lo que hace posible que dentro de un par de décadas sean mayoritarias en muchas ciudades y en algunos países.
Ubicación: CABA, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina
Ricardo A. Carrasquet - Argentino - Realizado Audiovisual - Publicitario - Fotógrafo - Productor de TV - Director de Cine - Articulista - Guionista – Asesor en Medios Audiovisuales. Se desempeña en los mismos desde 1970. Ha transitado Canales de TV como Productor, Pro Ejecutivo y General: 7, 9, 13, VCC, Alternativa, Open, Energías, CV, Plus, P&E, Gala, Agencias, Institutos de Arte, Universidades, Empresas y Medios: J.Walter Thompson, Leo Burnett, EDAC, Agfa, Siemens, Lowe, NCR, Sadaic, Productoras: Cepeda, Moyano, Proartel, TeleArte, Radio Continental, Braga & Cía, Calecó, Pramer, Gala, CC, ShowCase s.A. de la que es fundador y presidente hasta la fecha. Además colabora con CulturArte y la Fundación Creer y Crecer. Mas de 850 documentales y spots de servicios, productos, procesos, seguimientos, clips, etc. Programas de TV como: Se Necesitan Dos, Tres Para Mejorarlo, Tip Top, De Interés Público, Dígalo con Mímica, La Botica, TeleShow, Quién es Quién, El Ojo Parlante, CulturArte, Las Transformaciones, Ecos de Poetas, Aquí y Ayer, etc. Gran cantidad de shows con figuras internacionales y locales en distintos escenarios, para TV, Corporaciones, Teatros y Hoteles.
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