- EL TIEMPO AJENO -
En busca del tiempo perdido
Por Andrew Graham-Yooll
En los países subdesarrollados lo que más abunda es el tiempo; por lo menos, el tiempo ajeno. Somos liberales en el destrato del tiempo de otras personas, aun cuando el lamento urbano más intenso trata de la insuficiencia de las horas.
El hombre acaudalado o con cualquier nivel jerárquico en la burocracia que atesoran las clases media y política cotizan su tiempo a valor oro, mientras que el de los demás no vale igual. El rico desvaloriza el tiempo de un sirviente, como también lo hace un jerarca de oficina cuando se compara con un empleado. El tiempo es el único commodity abundante en las arcas vacías del pobre.
Para quien quiera discutir esta generalización, basta observar las salas de espera en un hospital público, leer las frecuentes cartas a La Nacion describiendo la lamentable atención en la Anses, compadecerse del público de las salas de espera (con "e" de "expediente", como decía Landrú) de oficinas de servicios, y lamentar el incordio producido por la residencia temporaria en reparticiones que dicen trabajar para el Estado. Claro, la excepción notable es la AFIP, donde la atención es relativamente eficiente. Esto quizá tenga que ver con que la AFIP puede compararse con un cementerio: los que están afuera no quieren entrar, y los que se hallan adentro no pueden salir. Eso hace que las colas interminables sean un fenómeno en fechas de vencimientos (también parecido a los cementerios) únicamente. No dejemos de recordar las recurrentes demoras en el centro de documentación de la Policía Federal. Esto merece consideración aparte dado que al ciudadano se le reduce el capital en 130 pesos por la confección de un pasaporte y la autoridad emisora abusa de la paciencia pública a pesar de recibir tan respetable pago. En la calle Azopardo hay un gran número de colas de variable longitud. Primero está la fila para recibir un formulario. Luego está la fila para presentar el formulario. Le sigue la espera para ser fotografiado antes de la humillación de procesado en la sala de huellas dactilares. Para los que deseen retirar su documento en vez de esperarlo por correo, hay una cola en la ventanilla de documentos. De ahí se espera en la cola para quejas por la falta de documentos al cabo de los quince días hábiles anunciados. Estas son vivencias que, en el espacio de dos horas, enfrentan el optimismo del futuro viajero con su posterior pesimismo abyecto. Luego puede haber otra cola donde se reclama, en "la puerta blanca a la derecha", por la ausencia de información en la primera de las filas de reclamos por la falta de documentos en la ventanilla de entrega. De la última averiguación puede surgir la recomendación de volver otro día por no haber pasado veinticinco días hábiles dado que no alcanzaron los quince de la primera afirmación. Cuando, finalmente, se logra el documento (o cualquier otro trámite) ansiado, el alivio hace olvidar el tiempo perdido.
Inevitable es pensar que así se perpetúa la desvalorización del tiempo de la gente.
Andrew Graham-Yooll
La Nación Revista 16.07.2006
* El autor es escritor y periodista
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