- VAMOS MUY MAL -
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Día a día se agudiza la violencia y la descomposición social en la Argentina. En todos los rincones de nuestro país, vemos el incremento de actos graves y desmedidos, por cualquier motivo, valedero ó no. Se está convirtiendo en un modus vivendum para muchos ciudadanos esta forma de exteriorización de una suerte de esquizofrenia colectiva, que nos trae muchos problemas de convivencia, pero que si no se le pone coto en forma rápida y sostenida, va a erosionar aun más lo poco que va quedando de lo que alguna vez fuimos.
Se trata de un problema complejo, profundo, de difícil salida. Llevamos muchos años de desencuentros políticos, sociales, económicos, culturales y educacionales. Esto viene de arrastre y no responde solamente al gobierno anterior u al otro. La disolución de la familia, base de toda sociedad como primera institución, la mala educación impartida en la mayoría de los hogares, el enfrentamiento de gran parte de la sociedad con las instituciones educativas, donde los chicos deberían ir a aprender y no convertirse en aguantaderos y comederos, a lo que se suma la ignorancia, el resentimiento y la falta total de paciencia que se convierte en intolerancia crónica.
"De la anomia a la violencia social"
por Fernando Laborda
para La Nación Viernes 14.04.2006
La reciente protesta de trabajadores del subte desató un caos en la ciudad de Buenos Aires, que amenaza con reanudarse cuando concluya la Semana Santa. Pocos días atrás, una medida de fuerza del gremio camionero por demandas salariales paralizó el transporte de caudales y estuvo a punto de dejar al Gran Buenos Aires sin recolección de basura. Dos rutas que unen la Argentina con Uruguay permanecen cortadas debido a la oposición de pobladores entrerrianos a la construcción de las plantas de pasta celulósica en la vecina orilla.
Casi al mismo tiempo en que todo esto sucedía, el fin de semana último, un joven de 16 años, Matías Bragagnolo, murió tras ser atacado por una pandilla juvenil en Palermo Chico. Su familia anunció su decisión de irse del país y radicarse en Montevideo.
Hechos de violencia semejante ocurren a diario en el conurbano bonaerense. Tal vez no trasciendan tanto por no ocurrir en un coqueto barrio porteño.
De cualquier forma, las crónicas periodísticas parecen dar cuenta de una ola de violencia juvenil. Se trata de un problema que puede reconocer múltiples causas: desde factores estructurales, tales como la pobreza, la desigualdad y la falta de oportunidades de educación y empleo, hasta factores facilitadores, tales como el consumo de alcohol y drogas o la disponibilidad de armas, además de situaciones derivadas de la irresponsabilidad o virtual ausencia de los padres.
En ninguna sociedad, la violencia juvenil puede ser considerada un hecho aislado, sino como una consecuencia de lo que sus protagonistas aprenden de la sociedad, tanto de las actitudes de sus familiares mayores como de lo que les muestran permanentemente los medios de comunicación.
En recientes encuestas, la sociedad argentina dice valorar la Constitución y demanda legalidad, pero al mismo tiempo reconoce que vive la mayor parte del tiempo al margen de la ley y se autocalifica como transgresora, en tanto alrededor del 40% de los argentinos opina que en determinados momentos es necesario desobedecer las normas.
La metodología piquetera hace rato dejó de ser patrimonio de los piqueteros. Y no sólo ha sido adoptada por gremios como el de los camioneros o el de los trabajadores de subterráneos. Hoy también es reivindicada por adolescentes enojados -seguramente con razón- por el deterioro de una escuela y por estudiantes que toman un establecimiento educativo para impedir la elección del rector de la Universidad de Buenos Aires, simplemente porque no les gusta el candidato que aparenta ser favorito.
La cultura del "apriete", del "escrache", del "piquete" y de "ganar la calle", después de varios años de ejemplos, ha calado hondo en la sociedad, y los jóvenes son los primeros en recibirla. La anomia se ha instalado entre nosotros, en parte de la mano de quienes desde el Estado sostienen la doctrina de la "descriminalización de la protesta social", que ha llevado al abolicionismo o la despenalización de ciertas conductas claramente delictivas. Como señala el académico Horacio A. García Belsunce, ha surgido la inseguridad basada en el temor de aplicar la ley, porque "parece que represión es sinónimo de autoritarismo y puede que así lo sea en ciertos casos, pero no es represión aplicar la ley a los casos en que corresponda".
Cuando no hay garantías de orden público porque el Estado deja de cumplir uno de sus roles más importantes, cuando un alto funcionario justifica un corte de rutas o cuando quien copa una comisaría es premiado con un cargo público, la anomia no tarda en reinar. Y su correlato, como en la ley de la selva, termina siendo el aumento de la violencia social.
La nota textual de Fernando Laborda de La Nación, expone en forma precisa éste tema.
Debemos reflexionar y hacer notar a las autoridades competentes todas, lo que está pasando, incluyendo un profundo y exhaustivo mea culpa, no sea cosa que, como ocurre muchas veces, nos demos cuenta tarde y no tengamos ninguna solución, ni remedio algunos, como pasa a menudo con los enfermos terminales, que se han dejado estar...
Ricardo A. Carrasquet
Realizador Audiovisual
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